viernes, 15 de abril de 2011

Baños, cines, saunas, estadios. (Parte veinticinco)

Su atención por favor

-Había una loca en el aeropuerto de Río a la que todos llamábamos la Pina.- Arranca Raul. - La Pina original era una modelo negra de aquella época, muy linda, muy llamativa, que se rapaba la cabeza y desfilaba desnuda en el carnaval. La loca compañera de trabajo nuestra, recibió el apodo por ella.

Sucedía todo el tiempo que la Pina –la nuestra- era seguida de cerca, espiada, por otra marica, a la que llamábamos la Mocreia (que era un apodo bien despectivo). Ésta era una loca mucho más grande, más viejita, que seguía a la Pina por todo el aeropuerto y espiaba dónde la otra se detenía, porque seguro en esos lugares habría algún chongo interesante.

Las dos se la pasaban circulando por todo el aeropuerto. Ella, la Mocreia, después que la Pina se iba de algún punto donde había estado por algún tiempo, probaba suerte.

Era una marica parásita de la otra.

Lunes, conciertos

-En el Teatro Municipal de San Pablo, todos los lunes, a las 18, había un concierto. Nos cuenta Raul. -Se presentaban solistas de piano o violín o violoncelo, dúos, cantantes líricas, era muy variado el programa. Las funciones se realizaban siempre en el descanso de la escalera de la entrada principal, antes de la bifurcación; y eran con entrada libre y gratuita.

El público se distribuía por los diversos espacios de la entrada del teatro, por las escaleras y también, por el salón noble, que permanecía abierto para que desde allí, los asistentes al concierto pudieran ‘enamorar’, ya que quedaba totalmente a oscuras, mientras disfrutaban de la función.

Ese, el salón noble, era uno de los espacios ocupados por los mismos asistentes de los cines, baños, saunas y estadios. Ese era el territorio de levante, gracias a la oscuridad y de allí, una vez establecido el contacto, nos dirigíamos a los baños, que era un verdadero festival de desenfreno, mientras la alta cultura se adueñaba del teatro.

Pero además del puterío, era un placer oír las presentaciones. Siempre, claro, que, en la plaza frente al teatro, no estuvieran los inefables Hare Krisna, cantando sus cánticos rituales; entonces se mezclaran sus letanías y sus tamborcitos con los solos de violín, piano, violoncelo o las arias de ópera que ejecutaban las cantantes líricas. Aunque los hare krishna arruinaban la presentación, era muy gracioso.

(Continuará)

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