lunes, 29 de octubre de 2012

¿Secreto de confesión?



Los viernes por la noche en el seminario eran de adoración al santísimo (aquella ceremonia en la que durante algún tiempo se expone sobre el altar principal de un templo católico una hostia en un lujoso soporte para ser “adorada”  por los fieles).

También, esas noches, los sacerdotes se ubicaban en los confesionarios para escuchar las confesiones de los seminaristas.

Todos sabemos aquello del secreto de confesión. Si alguien no conoce del tema, Hitchcock lo contó maravillosamente en “Mi secreto me condena”.  

Es aquella situación donde lo que se dice en confesión a un sacerdote queda para siempre en secreto. Nadie nunca sabrá cual ha sido el pecado.

(Hay un dicho frecuente entre personas que se regodean en contar sus andanzas. Cuando son preguntados por el coprotagonista de la aventura responden: Se dice el pecado pero no el pecador.)

La idea, básicamente, es que aquello que se cuenta en confesión no sea de dominio público.

No fue así aquella noche de adoración en el seminario.

Había muchos sacerdotes que se retiraban de la actividad en las parroquias e iban a vivir sus últimos años al seminario, ya que allí había mucho espacio para que puedan ubicarse  y además podían colaborar en algunas tareas. Una de ellas eran las confesiones. Uno de aquellos adorables viejecitos era bastante sordo; así y todo “escuchaba” confesiones.

Nadie desde fuera, se supone, escucha lo que en aquellos simpáticos quiosquitos se dice. Pero, claro, en una situación como la que estamos describiendo, todos podían ver quién era el que estaba entrando a confesarse.



Aquella noche, en el silencio de la oración de los seminaristas, se escuchó, proveniente del confesionario donde estaba el anciano sacerdote algo sordo:

¿Cuántas veces? (silencio) ¿Cuántas veces? (casi gritando) ¡¡¡COCHINO!!!

(Si fuera una película el director haría un plano general mostrando todas las cabezas de los que estaban en el templo en aquel momento, girando al unísono hacia el lugar desde donde provenía el grito. Plano del confesionario sin ningún movimiento. Nuevo plano de todo el resto que no vuelve a girar la cabeza hacia el altar, a la espera que de allí salga el protagonista del episodio.)



miércoles, 24 de octubre de 2012

Iglesia y dictadura



                                                                                                              
“El mundo está lleno de hijos de puta”
                                                                                                                                             Fito Páez
                                                                                                              El pibe de la tapa

Como ya conté en este blog, en 2011, me reencontré con mis compañeros de la secundaria, a quienes no veía hacía más de 30 años.

En cada uno de esos encuentros recorremos diversos temas, sin orden alguno, del presente y de nuestro pasado, a veces común, otras no. Ineludible el hecho de que todos pasamos la adolescencia entre curas y dictadores.



En una de esas charlas surgió el recuerdo del día que el padre Murad, uno de los curas del colegio, apareció en nuestro establecimiento acompañado de uno de los generales que fuera presidente de facto de la Argentina. “¿Te acordás?” me pregunta Cotorra. “No, debe haber sido el año que yo ya no estaba, cuando me fui al seminario”, le respondo.

Siguieron algunas historias de la dictadura. Cuando los milicos nos paraban por la calle para pedirnos los documentos de identidad. O cuando Diuk la pasó mal en la universidad al final de la dictadura. Y aquella vez que nos hicieron abrir los bolsos donde llevábamos los infaltables log plays que escuchábamos devotamente en aquellos años.

Entonces yo me acordé de algo que hacía años no afloraba a mi nivel consciente y quería saber si ellos lo recordaban. Conté:

“Era el invierno del 76, inicio de la dictadura, y una noche mi viejo no volvió a casa. A la mañana, mi vieja nos despierta para ir al colegio y salimos. Yo llegué tarde, como me pasaba seguido. En esas ocasiones nos hacían esperar fuera de los corredores donde cada mañana formábamos para la oración inicial. Pero el lugar donde esperábamos para recibir la media falta permitía oír al cura que presidía la oración de cada mañana.
Ese día, el cura antes de rezar, pidió por mi viejo. Y yo no entendía nada.

Cuando regresé a casa mi viejo ya había aparecido. Mi vieja nos dijo, a mis hermanos y a mí,  que había estado en una comisaría, que mientras esperaba el colectivo para volver a casa un camión del ejército se había llevado a todos los que estaban en la parada y los habían tenido una noche demorados. Y de eso no se habló más.”

Algunos comentaron que lo recordaban vagamente, otros, no lo recordaban para nada.

Cuando volví a ver a mi madre le pregunté, después de 35 años, qué había pasado aquella vez. Me contó que muy temprano aquella mañana había llamado a un cura de la catedral que, se sabía, tenía muchas conexiones para ver si podía averiguar algo. Es que ya había sucedido algo similar con otro hombre que iba a nuestra misma iglesia los domingos –y era sindicalista en su fábrica- y el monseñor lo había hecho aparecer. Pero esta vez dijo que no sabía nada. En su angustia mamá llamó a los curas del colegio al que yo asistía (así es como ellos se habían enterado e incluido a mi viejo en la oración de la mañana). Y esta vez hubo suerte.

Antes del mediodía, el padre Murad, el que se había aparecido en el colegio con uno de los dictadores, apareció esta vez en mi casa y con mi viejo sano y salvo. Había tocado algunos de sus contactos.

***
Por si alguno se quedó esperando la parte en que los curas no cumplen con el celibato, en esa misma congregación y en esos mismos años se formaba el que luego sería el tristemente célebre padre Julio César Grassi.



jueves, 18 de octubre de 2012

¡No che, acá nadie se coge a nadie!


El seminario mayor San José de la ciudad de La Plata, como ya quedó dicho en este blog, albergaba una constelación de seminaristas bastante difícil de describir. Y también de curas.


Había, en aquellos años, un seminarista español que hablaba muy como gallego recién bajado del barco para nuestro oído argentino, con ese acento tan marcado y sin hacer el más mínimo esfuerzo para hablar como uno más de nosotros; sin intentar argentinizarse en lo más mínimo.

Durante el tiempo que pasábamos en el seminario, de domingo a la noche a sábado por la mañana, no podíamos salir a la calle; salvo que tuviéramos un motivo valedero: ir al médico, hacer alguna compra imprescindible y esas cosas. Pero en realidad muchos salíamos todo el tiempo para hacer cualquier otra cosa, como ir al cine, a comer pizza, o visitar amigos, o comprar discos y libros, etc.; muchos salían a ver a sus amantes.

¡Epa! ¿Tan así? Se preguntarán algunos. Sí, tan así. Había un gordito de lentes gruesos, al que llamábamos con el nombre de un personaje gordito de dibujos animados argentino. Salía a ver a su amante y lo gracioso es que la amante lo traía en su auto de regreso al seminario. Sí, así, como si fuera lo más natural del mundo.

El tema no era ganar la calle, eso era sencillo, el tema era el regreso. La puerta principal siempre estaba sin llave, pero solo se podía abrir por dentro. Entonces el que volvía tocaba timbre y rezaba para que el que abriera fuera un compañero seminarista que pasara cerca de la puerta de entrada, y no, uno de los padres  superiores.

Bueno, una noche el español, que se había ido vaya a saber con qué excusa, vuelve al seminario muy tarde y bien borracho. El timbre sonaba solo en la portería, planta baja, pero justo debajo de los dormitorios de los curas que se ubicaban en el primer piso. El español, sin noción de la hora que era, por la borrachera, comienza a tocar timbre; por la hora, ya entrada la madrugada, nadie estaba cerca y ante la falta de respuesta comienza a tocar insistentemente. Finalmente despierta al vicerrector, al nunca bien ponderado Chili, que tenía la habitación justo arriba de la portería y que, por problemas de insomnio, tomaba pastillas para dormir que bajaba generosamente con whisky y además, como también ya quedó dicho en este blog, era de los fanáticos obsesionados por evitar que hubiera sexo, allí en el seminario.

El cura, en pijama y todo despeinado, baja, le abre y, con la bronca de haber sido despertado, comienza a retarlo por la hora en que llegaba y el estado en que se encontraba. Le gritaba: “Esto no es un hotel, che. No señor. Sepa que la función no comienza cuando usted llega. Acá hay que cumplir horarios. Yo estaba durmiendo y usted me despierta en medio de la noche. ¡Y llega borracho!”

El gallego, bajo el efecto de la borrachera, lo mira y le dice: “Hombre, si a usted no le  place su trabajo, pues que lo coja otro”. El cura, un poco dormido, por las pastillas y el alcohol, pero muy loco con el tema del sexo, le responde: “¡No, che, acá nadie se coge a nadie!”

El gallego lo miró al cura, primero sin entenderlo y, luego, comenzando a reír a carcajadas cuando entendió el equívoco en que había incurrido el obsesionado sacerdote por el uso del lenguaje tan diferente entre argentinos y españoles.

La anécdota circuló en el seminario hasta el cansancio. Sobre todo entre aquellos que teníamos un secreto que otros no conocían o no querían admitir que se podía conocer.



lunes, 15 de octubre de 2012

El padre confesor


La adolescencia me encontró en un colegio de curas. Y la tuve que atravesar sin mayor ayuda que sus mentiras y contradicciones. Eran los años 70 y, para completar el panorama, el país estaba gobernado por una nefasta dictadura.

Un tal Jesús, en un libro que llaman Evangelio, decía de los sacerdotes de su tiempo: “Hagan lo que ellos dicen, pero no lo que ellos hacen. Son sepulcros blanqueados, blancos por fuera y solo podredumbre por dentro.”

Los curas que administraban el colegio, cada primer viernes, nos hacían ir al templo para asistir a misa y, sugerían, también nos confesemos. Claro que muchos nos quedábamos a confesarnos porque nos permitía no estar en clase. Era habitual que hubiese dos sacerdotes esperado oír confesiones: el padre Risso, severo e impenetrable al que solo elegían como confesor uno o dos alumnos, y el cura Veiga, que con sus modos singulares concentraba largas filas de espera de alumnos que querían confesarse con él.



Entre sus originalidades me vienen a la memoria su sotana muy sucia y su actitud infantil cuando, al cruzarlo por los interminables corredores del colegio, se ocultaba detrás de las columnas y comenzaba un imaginario tiroteo, como si estuviésemos en una película del viejo oeste. Intercambio de disparos imaginarios al que respondíamos entusiastas para verlo caer herido de muerte.

Pero lo más extraño eran sus ideas, en particular, durante las confesiones. Como buenos adolescentes, al salir de confesarnos con él, intercambiábamos experiencias. Era una fórmula común entre nosotros, los arrepentidos, enumerar pecados que no llamaran la atención de los confesores: “dije malas palabras, desobedecí a mis padres, dije mentiras”, y cosas por el estilo. Entonces allí llegaba la infaltable pregunta del padre Veiga; “¿Y el pajarito? ¿Estuviste jugando con el pajarito? Era su extraña manera de preguntar si nos masturbábamos. En esos años nos resultaba gracioso, claro, no sabíamos todavía del interés de muchos de ellos por nuestros pajaritos.

El recuerdo más atroz es del día que le confesé que, a mis quince años, me masturbaba. Su respuesta me quedó retumbando en la cabeza hasta hoy. “Bueno, no es nada, no es para preocuparse”, me dijo entonces, “sos un pibe sano y es normal que te toques, no como esos negros villeros que están tirados en la cama todo el día haciéndose la paja…”

Como decía uno de los compañeros de aquellos años, hace poco tiempo, al recordar esta y otras anécdotas de nuestra adolescencia: “Bastante bien salimos”. 



viernes, 12 de octubre de 2012

El mayor brasilero de todos los tiempos (Parte Dos)


Sacando un país del armario

(ATENCIÓN: Este post contiene spoilers sobre la sexualidad de algunas personalidades de la cultura brasilera, si lo desea, puede dejar de leer ahora.)

Si siguen leyendo, sepan, que estas son conjeturas (chismes, bah) de un gordo puto; y que seguramente no saldrán de internet.

Comencemos con futbolista brasilero más famoso. Para fundamentar mi afirmación sobre su bisexualidad no podría citar a Diego Maradona como fuente cuando dice: “el negro debutó con un pibe”, porque es poco serio. Pero pensemos que durante un tiempo fue el “novio” de la reina de los bajitos, que en realidad es la novia de toda la vida de, su asistente  y manager, mujer, claro.

Otro de los doce elegidos como finalistas fue el tres veces campeón mundial de fórmula uno. Si no fuera suficiente ver sus fotos para saber que era del club de los hombres que comparten un secreto, ¿él también fue novio de quién? De la reina de los bajitos. Oops! Y quienes lo conocieron afirman que era un loca histérica (uma bicha louca).

Seguimos. El Padre de la aviación: primer hombre en lograr hacer volar un aparato por sí mismo (sí, antes que los americanísimos hermanos Wright). El notable inventor no pasaría ningún Gaydar sin llegar al rojo que confirmaría: Su test dio positivo. No solo se maquillaba y se presentaba así en público (en París, claro) sino que se suicidó porque su amante de entonces (hombre, claro), lo dejó.

Un dictador, suicidado (dicen que se suicidó, pero parece que lo suicidaron), aparece también entre los doce. El bajito fue un dictador bastante similar a Perón en sus políticas. En los últimos años de su vida, alegando razones de seguridad personal (¡Ja! ¡Qué buena escusa!), dormía –sin su esposa, claro- con su responsable de seguridad. ¿Hace falta que lo describa? Bueno, lo describo: negro grandote, ya está. Era conocido (aunque no lo era) como El teniente (en google se puede ver una foto donde el teniente lo está peinando al petiso en público que no deja ninguna duda).

Un arquitecto. Está por cumplir 105 años y no creo que, tampoco, lo que publique este blog le importe mucho. La confirmación de que el genial creador es bisexual me llega por alguien muy cercano, que no mentiría en un tema así. Hace más de veinte años mi amigo, en un sauna de aquí de Rio, conoció a quien era por esos años la pareja –y parte de su equipo de arquitectos- del diseñador de Brasilia.

Y finalmente el ganador. El médium que psicografiaba. Como dice un amigo: mujer, mujer, mujer. No se tomaba el mínimo trabajo en disimular sus costados femeninos. Y ¡ojo! Que a nadie se le ocurra tocarle la peluca. En el sitio brasilero donde está la información del juego televisivo lo describen como Mensajero del amor. 



Seis de doce es un número. ¿No? Si el Dr. Alfred Kinsey hubiese hecho sus investigaciones sobre costumbres sexuales en este universo, ¡qué resultados! Nada de un 10%; le hubiese dado un 50% de bisexuales.

En un país tan homofóbico como Brasil (los grupos de activistas por los derechos LGBT estiman que se produce un asesinato de una persona LGBT por día en el país) es notable que a quienes consideran sus mayores exponentes sean, al menos, bisexuales, en proporción de uno por cada dos. Y que el ganador sea un hombre absolutamente femenino.

Bueno, en la Televisión pública de Brasil, durante la campaña que llevó a Dilma Rousseff a la presidencia, un politólogo que había sido llevado para analizar la campaña, como quien no quiere la cosa, comenta: “No me voy a hacer eco de los chismes que circulan por internet que dicen que la (por entonces) candidata, elegida por Lula, es lesbiana”.

Salir voluntariamente del armario puede llevarte a la muerte en este país. El silencio cómplice, ¿también puede llevar a otros a otras muertes?



miércoles, 10 de octubre de 2012

El mayor brasilero de todos los tiempos (Parte Uno)


¿Juego televisivo o mapa cultural?

El formato televisivo es de la BBC. Se llamó originalmente “100 Greatest Britons” (Los 100 británicos más grandes) y el ganador fue Winston Churchill. El programa se hizo en numerosos países alrededor del mundo, con resultados dispares, a veces, sorprendentes.

En Argentina se llamó El Gen Argentino y el General José de San Martín, prócer de la independencia sudamericana, fue el elegido. En Alemania se llamó Lo mejor de nosotros, y el mejor fue Konrad Adenauer. En Chile tuvo como nombre Grandes Chilenos y el más grande fue Salvador Allende. En Italia se lo denominó El italiano más grande de todos los tiempos y ése es Leonardo Da Vinci. ¡Bien!

Pero en otros países los resultados son llamativos. En España ganó el rey Juan Carlos. En Portugal, el más votado fue el dictador Antonio Salazar. En los Estados Unidos ganó el actor, devenido presidente conservador, Ronald Reagan. Y cuesta creerlo.

En Grecia eligieron a Alejandro Magno. En la India a la madre Teresa. En Sudáfrica a Nelson Mandela. Grandes personalidades de la historia.

Y le llegó el turno a Brasil.

El mayor brasilero de todos los tiempos ya sorprendió cuando se conocieron los 100 más votados. Muchos, pero muchos, impresentables, sobre todo los delincuentes que encabezan la Iglesia Universal; y varios representantes del movimiento evangélico que está destruyendo la cultura brasileña. Mezclados con figuras del espectáculo de dudoso valor, muchos deportistas, algunos políticos, un par de dictadores, unas pocas personalidades de verdad interesantes, etc. De todo, como en botica.

Pero ustedes ya sospecharán que hay algo más. Claro que hay. Entre los 12 finalistas había, nada más y nada menos, seis personalidades que son o fueron, como mínimo, bisexuales, ya que ninguno se asumió homosexual públicamente.

¿Tendría que hacerle caso a mi amigo Diego y no sacar a nadie del armario contra su voluntad? Es una posibilidad. Y entonces también me pregunto: En un país como Brasil, donde la presión política de los grupos evangélicos le gana pulseadas permanentemente a la misma presidenta Dilma, agrediendo sistemáticamente al colectivo LGBT, ¿es legítimo seguir en el armario y ver como se asesina impunemente a una persona LGBT por día? Diego me diría que salir del armario es una decisión de cada uno.




Bueno, yo decido sacarlos del armario, porque pienso que si todos los que en este país son –al menos- bisexuales lo hicieran público, la presión sobre el gobierno y el congreso serían al revés. Se votarían leyes que están cajoneadas (Criminalización de la homofobia, por ejemplo), se implementaría la educación sexual en las escuelas  (eliminada por presión de los conservadores), se debatiría y aprobaría la ley de matrimonio igualitario, etc.

(Continuará)



lunes, 8 de octubre de 2012

Solos y tristes


La rima de Gustavo Adolfo Bécquer me la hicieron aprender en la escuela. Siempre me pareció terrible. “Qué solos se quedan los muertos”. A él le repugnaba dejar tan solos y tristes a sus muertos.  A mí me daba escalofríos que alguien escriba sobre ellos.

Pero los años pasan y la mirada cambia. Es que la muerte me acompañó en los últimos 25 años de un modo obsesivo. Eros y Tánatos siempre juntos; y, a veces, Keres. Si me preguntaban por mi número preferido, respondía, el 47, la muerte. Nunca el 48. Y eran los muertos que hablan, aquellos que se presentan en los sueños, los que no dejaban (ni dejan) de visitarme.

Y los muertos que me visitan en sueños son aquellos que fueron mis amantes.


Sepp, a sus 45 años, el primero, infarto de miocardio; se fue. Luego José, 60, asesinado, nunca esclarecido; me lo quitaron. Y la lista, lamentablemente, es larga. Marcos, 38, complicación pulmonar; partió. Ricardo, 58, infarto; falleció. Salvador, 54, crisis diabética; feneció. Matías, 29, neumonía; nos dejó. Y Roberto, 80; los años. Bigote, 49, infarto. Ernesto, 55, de repente. Gustavo, 37, pancreatitis. Edu, 38, corazón. José, 61, tristeza.  Y Rubén, 63, también asesinado -de la manera menos pensada-, salió de gira, como dicen por ahí. Rubén siempre está.

A veces pienso: ¿cuántos, de los que nunca volví a saber nada, habrán partido ya para la quinta del ñato?

Y yo aquí.

Si Raul no estuviera, ¿seguiría aquí?

Amigo Bécquer, permiso. Te voy a parafrasear. No sé; pero hay algo que explicar no puedo, algo que repugna pero es fuerza hacerlo, el dejar tan tristes, tan solos los vivos.



viernes, 5 de octubre de 2012

Ejemplos y consejos



Estaba una de estas tardes de calor carioca conversando con amigos, de todo y de nada,  cuando uno de ellos, sin ponerse colorado, afirma que escribe en un sitio de internet donde se dan consejos para adelgazar.

¿Por qué tendría que haberse puesto colorado?  ¡Qué buena pregunta! Es que ustedes conocen mi preferencia por los gorditos… Y no es que no pueda ser amigo de personas delgadas; de hecho tengo montones de amigos y amigas delgadas. Pero no era ese el caso.

Ante su afirmación yo no conseguí contener una sonrisa socarrona. “¿Qué pasó?” preguntaron mis amigos a coro. “Nada, me acordé de una picardía.” Respondí recurriendo al dicho. Y en realidad estaba pensando en cómo esa frase, dicha como al pasar, terminaría en este blog.

Es que cuando –por varios años- fui amante de un cura y él, frecuentemente, se ponía a sermonear, dando moralinas  por la situación que fuera, yo lo miraba serio, por sobre los anteojos, como preguntándole: “¿qué estás haciendo?”

Entonces él, continuando con su discurso, sin volver a mirarme, incluía la frase que yo ya conocía de memoria: “Entonces, como no puedo dar buenos ejemplos, me conformo con dar buenos consejos”.



miércoles, 3 de octubre de 2012

Última travesura nocturna de un gatito atrevido


Durante muchos años Raul vivió en el barrio de Ipanema, el que hiciera famoso en los años 60 aquella garota. El edificio tiene seis departamentos por piso y, en el cuarto, donde él vivía, entre otros, lo compartían dos adorables viejecitas que juntas sumaban casi 160 primaveras.

En los años noventa llegó al edificio, y al cuarto piso, un gerente de la (hoy todopoderosa) petrolera brasilera Petrobras. Para el ojo desnudo de los vecinos era un señor de mediana edad soltero, o viudo, o separado; vaya uno a saber. Pero para el ojo entrenado de Raul era uno más del selecto club de los hombres que van y vienen compartiendo un secreto. No había duda que aquella Coca Cola era Fanta.

A poco de haberse mudado comenzaron a llegar de visita al 4° C, donde vivía nuestro gerente, una sucesión ininterrumpida y muy variada de negros bonitos. De no haber sido un señor caucásico, podría, como hicieran tantos, haberlos presentado como sus sobrinos. (Cuenta la leyenda que, a la salida de una función de gala en el teatro Colón de Buenos Aires, Manuel Mujica Laínez se encuentra con un conocido, señor maduro él. Al saludarse, el señor maduro le presenta a Manucho al apuesto muchacho que lo acompañaba, diciendo ampulosamente y sin tapujos: Mi sobrino. A lo que el lenguaraz escritor le responde: ¿Tu sobrino? ¡Qué notable! Hace tres meses era mi sobrino.)


Fue por entonces que las dos adorables viejecitas comenzaron a comentar que, por las noches, un gato se escapaba de alguno de los departamentos, maullando insistentemente, y que su dueño lo llamaba: “Mishhh, mishhh, venga gatito con su papito, venga gatito, vuelva para casa; papá tiene algo para darle que le va a gustar.” Perturbando así el silencio de la noche y su descanso. Preguntaron en el piso si alguien era el dueño del travieso gatito, pero nadie se hizo cargo de los ruidos nocturnos.

El episodio se repitió lo suficiente como para que las dos adorables viejecitas elaboraran un plan para resolver la cuestión. Los ruidos molestos del gato y su dueño siempre se producían de noche, cuando las luces de los pasillos están apagadas; las vecinas, temerosas de la oscuridad, no tenían coraje de salir solas, de a una, a poner fin al barullo. Entonces programaron que, la próxima noche que oyesen los maullidos del gatito y a su dueño llamándolo, se llamarían por teléfono y saldrían al unísono, encenderían la luz del corredor y pondrían fin a las travesuras del gatito.


Pacientemente aguardaron, los oídos atentos, hasta que llegó la noche esperada. Al oír los maullidos y las llamadas en la oscuridad, sincronizaron sus movimientos por teléfono y juntas salieron al pasillo. Al encender las luces la sorpresa fue mayúscula. Totalmente desnudo, en posición de cuatro, el gerente de Petrobras gateaba y maullaba mientras uno de los negros bonitos que habían visto tantas veces ingresar al 4° C, totalmente desnudo también, lo llamaba para que volviese al departamento donde, seguramente, le daría un correctivo ante su indisciplina.

Pero las adorables viejecitas no se quedaron solo pasmadas. Comenzaron a insultar al vecino, llamándolo de “puto sinvergüenza, maricón atorrante”, como si fuesen dos enojados camioneros. El negro en silencio reculó hasta el departamento y el gerente siguió gateando, ya sin maullar, hasta ingresar al 4° C.

Cuando se cerró esa puerta se acabaron las travesuras nocturnas de aquel gatito atrevido.



lunes, 1 de octubre de 2012

¿Tomamos mate o qué?



Mi amigo el Giaca podría habernos descripto, a quienes vivíamos en el seminario -allá por el año de 1980-, como un gran elenco. Aunque nosotros gustábamos de definirnos más como un improbable zoológico.

Llegados de los más diversos y distantes puntos del país convergíamos en esos años, en aquella enorme construcción de un falso estilo ecléctico enclavada en un rincón de la ciudad de La Plata, casi doscientos aspirantes a sacerdotes. Contrariamente a lo que se pueda suponer, los motivos por los que estábamos allí no eran los mismos para todos: estaban los que sinceramente creían haber recibido el llamado de la vocación, los que esperaban superar su imposibilidad de sobrevivir en la sociedad civil sin esa pequeña ayudita, los que estaban motivados por su compromiso con los pobres, los fascistas de siempre que se escondían en la SIDE propia de la iglesia prontos a delatar a todos los que sospechaban ser agentes del sucio y nefasto comunismo internacional, los que solo esperaban poder rezar y montones de homosexuales que encontraban refugio detrás de esas paredes, entre otras especies difíciles de definir.

Después de clase, o entre clases, o en todo rato libre que tuviéramos era muy común que nos reuniésemos en algún cuarto –cuarto que en algunos casos era individual, en otros compartido entre dos y, para los de los primeros años, compartido entre seis u ocho personas - a tomar mate. Era nuestro más practicado deporte.

Claro que algunos de los curas superiores no permitían ese tipo de reuniones. En particular uno a quien llamábamos el Chili. Recorría los largos pasillos donde se encontraban las habitaciones y abría las puertas sin golpear intentando siempre descubrir a algunos en orsai. Hasta que una vez, el flaco Peralta, conociendo la manía del cura y escuchando las puertas que se abrían y cerraban, se desnuda dentro de su habitación y, tijera en mano, se sienta en la cama que daba de frente a la puerta con las piernas bien abiertas, subiendo uno de los pies al borde de la cama como si se estuviera cortando las uñas. Al abrir esa puerta el Chili quedó congelado. De ahí en adelante, comenzó a golpear antes de entrar.

Una tarde, en el cuarto de Alejandro –una simpática loca que buscaba escandalizar a los más jóvenes contando que dormía desnudo- estábamos cuatro o cinco seminaristas charlando de bueyes perdidos cuando llega el Abuelo Toronja (era el Abuelo porque la mayoría llegábamos al seminario después de terminar el secundario y el abuelo había llegado con casi 50 años, y Toronja por la semejanza de su calvicie con el amargo fruto regional) y, como no había ningún mate circulando en esa espontánea reunión, comenzando a desabotonar su amplia sotana –responsable por albergar su generosa panza- pregunta maliciosamente:

- ¿Y, qué hacemos? ¿Tomamos mate o cojemos?

El dueño de la habitación – que satisfacía sus necesidades carnales con el padre Carlos, prefecto de disciplina-abre un armario y saca un paquete de yerba. Sabiendo perfectamente que el Abuelo no hablaba en broma, se la alcanza, diciéndole:

- Tomá viejo degenerado. Poné a calentar el agua. Acá tenés la yerba.

A lo que el abuelo, visiblemente decepcionado, responde a los gritos.

- ¡Tirála hijo de puta, tirála!