jueves, 27 de septiembre de 2012

La palabra justa



Una vez me transé un filólogo. Era cubano. Era cura. ¿Era? ¿O es? No sé si seguirá vivo. Era las tres cosas (filólogo, cubano, cura) ¿Seguirá siendo? Quién sabe. ¿Se puede dejar de ser lo que uno es? Pero volvamos a lo que interesa, ¿me lo transé o me lo curtí? Me lo transé en sentido brasilero y me lo curtí en semántica porteña. ¿O fue al revés? ¿No es lo mismo? Ustedes entendieron, ¿no? Lo que quiero decir es que le bajé la caña. ¿O él me la bajó a mí? ¿La situación deja de ser la misma según cómo se la relata? ¿O según quién la relata? Habíamos comenzado con el sexo oral: vamos a coger, me dijo, en perfecto español.

Una vez me levanté un lingüista. Era colombiano. Era traductor. Nos enredamos en las palabras y caímos en una cama. Encastre perfecto. Lo de la bahía y la península, dirían los Pedro y Pablo esquivando censuras. La pasamos muy bien. No precisamos hacer ningún discurso.

Yo no sé dónde queda el subjuntivo. Ni cuál colectivo me deja bien en la esquina de Pretérito pluscuamperfecto y Adjetivo descalificativo. Solo sé que me duelen ciertos sustantivos. Me enojan varios adverbios. Me entristecen algunos sinónimos. Me descorazonan ciertos verbos. Sueño con neologismos.Y me gustaría cagar a patadas en el culo a los pérfidos eufemismos.

La gramática, a veces, me deja sin palabras. Inefable paradoja.

¿Servirá de algo (¿o para algo?) enarbolar un discurso libertario, sin reglas ortográficas, sin academias reales, ni maestras ciruelas?

Si habría tenido un buen profesor de lengua, ¿hubiera aprendido a hablar mejor? ¿Hubiera o hubiese? ¿O al revés? ¿Hubiese o hubiera? El habría lo pongo donde se me canta.



Mi profesor de castellano (que así se llamaba a la materia en los 70), era, sin lugar a dudas, un amante de los mancebos, no de los efebos, de los otros, los que te dejan sin aliento. Los chongos. Alejandro, el abuelo, lo sabía y cuando allá por tercer año, cuando se acercaba el fin del bimestre y le faltaba nota y se daba cuenta que se la podía llevar, se ofrecía para dar oral con el de castellano y se le ponía muy cerca, casi rozándolo y con la excusa de mostrarle algo en la carpeta se le paraba detrás y le respiraba en la nuca. El pedagogo, sonrojado, aunque se esforzaba, no podía dejar de mirar el cuerpo que lo trastornaba. Alejandro, el abuelo, obtenía la nota que precisaba.

El idioma es un organismo vivo. Claro que hay algunos que intentan matarlo. ¿De tan mal que lo usan o por pretender dejarlo petrificado?

Si habría usado el condicional como dicta la norma, ¿hubiera conseguido tener tu atención hasta el final? ¿Todas las normas son válidas?

Si hubiese una solo forma de hablar, habría menos diversidad. (¡Epa, pibe! ¡Una afirmación!) Esto puede ser. (Abriendo el paraguas -¿o el paragüas?-)

Parece que pretendo desestabilizar el relato con dos o tres perfectas negaciones. ¿Seguro? ¿O es todo un juego de palabras?