martes, 8 de diciembre de 2009

Los que la muestran

No es la primera vez que leyendo el blog de Xtian (putoyaparte.com) recuerdo cosas que me sucedieron y que estaban durmiendo en el fondo de mi memoria, sin ser consideradas como recuerdos válidos. Hasta me tienta la idea de formular algún tipo de axioma inútil: Todos hemos vivido cosas similares.
En el final de uno de sus posts uno de los personajes le pide a otro que le muestre el llavero, y en realidad le pedía que le muestre la pija. Y los personajes no eran gays. Al menos en apariencia, no explícitamente.
Cuando conocí el mundo de Osos, otra de las primeras afirmaciones que me golpeó fue: “entre nosotros el problema es la pija”. Para mí no lo era y me dejó pensando.
Pero volvamos a los recuerdos. Cuando comenzaba yo el secundario, en segundo año, se sumó al curso un nuevo compañero que repetía y era de otra escuela. En uno de esos viajes que organizan los maestros para pasar el día fuera del establecimiento educativo, este chico se dedicó a sacar de sus pantalón la pija y mostrarla a todos los que quisieran verla. Claro que en los años de adolescencia (y del proceso) nadie se asumía homosexual. De modo que podríamos decir que esta era una práctica heterosexual.
Luego ingresé al seminario para ser cura. Y allí también tenía un compañero exhibicionista. Estaba todo el tiempo tocándose y cuando había oportunidad, la sacaba para que el resto la vea. Allí, aunque estaba lleno de homosexuales, nadie lo era. Bueno, en teoría.
Pasaron los años y comencé a trabajar en un canal de cable. Durante algunos años fui conductor del noticiero. Uno de los camarógrafos, casado con mujer, cuando estábamos al aire, en vivo, presentando las noticias, desde su lugar detrás de las cámaras, sacaba el miembro y lo sacudía –presumo- para que nos tentáramos y no pudiéramos seguir hablando. Algunas veces lo consiguió.
Lo que pienso sobre esto, no lo puedo expresar mejor que Xtian. Esto respondía él a uno de los comentarios que dejaron al post: “A muchos hombres (heteros) les gustan las pijas grandes. No sólo a los hombres gays. En serio. Es por eso que un tipo horrendo como Ron Jeremy, con una pija gigante, se hizo millonario protagonizando películas porno (que compran mayormente hombres heterosexuales, no mujeres). Y es por eso también que las travestis con pijas grandes tienen tanto éxito, también, en el mercado. Esas travestis son pagadas por hombres heterosexuales. Y no, yo no soy de los que cree que si a un tipo le gusta una pija, eso lo hace automáticamente gay. Gay es alguien al que le gusta un hombre completo, no una pija de vez en cuando. A los hombres heterosexuales les gusta la pija (en general la propia) y también la de otros, aunque la cultura les dice que no debería gustarles.
En ese sentido, no conozco UN SOLO caso de un tipo que haya empezado teniendo sexo con travestis y luego se haya asumido gay y haya pasado a tener sexo con hombres. Eso es porque cuando un tipo hetero se coje (o es cojido por) una travesti, se está cojiendo algo que se siente y se percibe, piel a piel, como mina, pero que viene con pija de bonus. Un combo atrayente, digamos.
Ojo, no me manden a la hoguera, que tampoco soy tan cuadrado. No digo que a TODOS los hombres heteros les guste la pija (grande). Pero sí a muchos más de lo que lo admitirían. Y no lo admiten porque todo el mundo (empezando por la novia y siguiendo por los hombres gays y siguiendo por las feministas) dirían que es un reprimido o un mentiroso o un hipócrita. Y no es, en general, así, es simplemente un hombre al que te gusta, y sabe apreciar, la belleza de una pija grande.”

sábado, 5 de diciembre de 2009

De todo como en botica

Muchas veces, en diversos reportajes, tanto para la prensa como para el ámbito académico, me preguntaron por la conformación del tejido social de Osos. Y recurrentemente respondo: hay de todo, como en botica. Y es que es así. Nuestro espacio de encuentro es un reflejo de la sociedad en la que vivimos. Y, al menos en Argentina, el mundo de Osos ofrece un catálogo lo suficientemente amplio como para poder afirmar sin temor “que hay de todo”.
Se pueden encontrar hombres que trabajan en relación de dependencia, autónomos, docentes, profesionales, estatales, empresarios y desocupados. Los que desde muy chicos se fueron de sus casas al asumir su homosexualidad y los que siguen viviendo con sus familias a los sesenta sin animarse a admitir su condición. Los que viven en pareja, los que viven solos y los que con casi cuarenta años siguen dependiendo de sus padres. Personas que no creen en nada y catequistas de misa dominical. Librepensadores, intelectuales, políticamente incorrectos y de los otros. Están los que tienen su corazón en la izquierda política, los que arrastran una herencia de derecha y los que no entienden nada. Los comprometidos y los abúlicos. Los que quieren controlar todo y los que solo quieren divertirse. Y así podríamos seguir la tarde entera.
Pero también están los que bajo una imagen de aparente normalidad esconden aspectos que, si no fueran tan graciosos, darían miedo.
Una de las primeras cosas que me golpeó cuando recién llegaba al mundo de Osos fue la afirmación de uno de mis recientes conocidos que me dijo: “tenés que estar atento, porque acá somos “todas viajadas y leídas””. En ese momento me sonó un poco fuerte, pero al tiempo entendí que era absolutamente cierta la sentencia.
Y no es que estemos todos para el psiquiátrico, pero hay personajes que nos dejan dudando.
Gente que usurpa títulos (se acuerdan del “dígame doctor”), los que se construyen imaginarias familias importantes, los que ostentan profesiones de las más variadas de las que no tienen la más mínima idea. Pero todos no dejan de ser parte de la fauna de un sector de la sociedad que, como cualquier otro, tiene sus ejemplares exóticos.
Lo que sí es más delicado es la presencia de los que no muestran mucho equilibrio al momento de relacionarse. Y, como en las mejores familias, también circulan por nuestro medio.
Contaba yo que Javier, en su primera fiesta de Osos, se fue acompañado. Se fue con Andrés, a quien con el tiempo todos llamaríamos “el loco”. Un tiempo después, Javier contaba que la llegada de Andrés a su vida le trajo muchos cambios, unos buenos y otros ya les cuento.
Javier, a partir de su nueva relación, decidió ir a vivir fuera de la casa familiar, compartiendo un alquiler con un primo. Andrés, que vivía bastante lejos, se fue quedando de a poco a vivir en la nueva casa de Javier, al menos durante la semana. En esos meses Andrés le contó a Javier que antes había estado saliendo con un miembro del club y que lo había dejado por él. Ésta era la excusa que le ponía a Javier cada vez que éste quería ir a alguna actividad de Osos. “No puedo,” le decía Andrés,” es que como yo dejé a Manuel por vos, hay varios miembros de Osos que me juraron que si aparezco por allí me van a trompear”. Javier quiso saber quiénes harían tal cosa. Andrés respondió: “Manuel, Aldo y Franco, entre otros.”
El Franco en cuestión no era otro que yo, que, hasta entonces, no tenía noticias de la existencia de este tal Andrés. Lo que sucedía es que Andrés no había terminado con Manuel y los fines de semana –en que le decía a Javier que iba a visitar a su familia- los pasaban con Manuel, por ende, no podía ir a las actividades de Osos con Javier, porque allí estaría Manuel.
Finalmente el noviazgo de Javier y Andrés terminó casi al mismo tiempo que el noviazgo de Andrés y Manuel. Javier volvió a las fiestas de Osos. Una noche de domingo me acerco a conversar con él y, cuando le digo mi nombre, empalidece y me pregunta: “¿me vas a pegar?” En ese momento no entendía nada. “Te conozco hace cinco minutos, ¿por qué te pegaría?” Y me contó la historia del loco Andrés.
Andrés no se tomó bien la ruptura. En un día podía llamar por teléfono a Javier hasta diez veces y enviarle muchos más mensajes de texto pidiéndole que retomen el vínculo. Javier siempre se negó. Varios años después Andrés sigue insistiendo.

jueves, 3 de diciembre de 2009

Junto al fuego

Una tarde de domingo, de esas en que se puede hablar de cualquier cosa porque el tiempo no tiene ninguna prisa, nos preguntábamos con Raul en que tiempo nos hubiera gustado vivir si hubiéramos podido elegir. Ninguno de los dos prefirió el tiempo que nos tocó vivir. Y los dos coincidimos en que nos hubiera gustado nacer cerca del fin del siglo XIX. Si alguien pudiera seguir nuestras conversaciones cotidianas, seguramente se preguntaría por la obsesión de traer permanentemente el pasado a la charla.
Esta tarde, en el prólogo de un libro de Haroldo Conti, leía que “la memoria es más que un homenaje, más que una celebración, más que una salvación… recordar es más que recordar”. Con Raul recordamos de esa manera.
Ayer, al regresar de visitar a su madre –de 84 accidentados años- Raul pasó por el video y trajo algunas películas. Me ofreció que elija la primera que veríamos. De todas me llamó la atención ”La culpa la tiene Fidel”(2006), de la realizadora francesa Julie Gavras (hija del genial Costa-Gavras, el de Estado de sitio, Z, y tantas otras). No me equivoqué. La película está muy bien. Aunque el planteo en un punto se parece al de Kamchatka, de Marcelo Piñeyro, de 2002: La mirada de un niño/a hacia un mundo politizado y complicado. Pero la década del setenta, Allende en Chile, el recuerdo del tan cercano mayo francés crearon una atmósfera en la que, con Raul, siempre nos sentimos a gusto y la charla se prolongó en los detalles en el modo en que cada uno de nosotros vivió aquellos años, él en Brasil, yo en Argentina.
Más tarde Raul eligió la segunda. “Hace tanto tiempo que te amo”, otra francesa, de Philippe Claudel. Un drama con ribetes policiales, donde todo el tiempo parece que va a suceder un improbable asesinato. Las protagonistas, dos hermanas, en un momento del relato van a pasar el fin de semana con amigos a una casa en las afueras de la ciudad en que viven. Luego de compartir juegos, charlas, lecturas, comidas, etc., se reúnen al atardecer junto a una fogata en el parque de la casa. En el preciso momento en que vi el plano en que uno de los intérpretes con su guitarra está cantando junto al fuego me fui con el pensamiento a años pasados y Raul dijo: “Era así en Luján, no?” Se ve que tantas veces le relaté aquel tiempo, que de solo ver un plano, los dos coincidimos en el mismo recuerdo, aunque él nunca estuvo en una de esos momentos. Y la respuesta fue: sí, así era, o al menos así es el recuerdo que tengo.
Yo creo que él piensa que yo añoro esos años. Fueron buenos. Pero no cambio mi presente con él por ningún perfecto atardecer junto al fuego cantando con amigos de los años en que él no estaba.