sábado, 5 de diciembre de 2009

De todo como en botica

Muchas veces, en diversos reportajes, tanto para la prensa como para el ámbito académico, me preguntaron por la conformación del tejido social de Osos. Y recurrentemente respondo: hay de todo, como en botica. Y es que es así. Nuestro espacio de encuentro es un reflejo de la sociedad en la que vivimos. Y, al menos en Argentina, el mundo de Osos ofrece un catálogo lo suficientemente amplio como para poder afirmar sin temor “que hay de todo”.
Se pueden encontrar hombres que trabajan en relación de dependencia, autónomos, docentes, profesionales, estatales, empresarios y desocupados. Los que desde muy chicos se fueron de sus casas al asumir su homosexualidad y los que siguen viviendo con sus familias a los sesenta sin animarse a admitir su condición. Los que viven en pareja, los que viven solos y los que con casi cuarenta años siguen dependiendo de sus padres. Personas que no creen en nada y catequistas de misa dominical. Librepensadores, intelectuales, políticamente incorrectos y de los otros. Están los que tienen su corazón en la izquierda política, los que arrastran una herencia de derecha y los que no entienden nada. Los comprometidos y los abúlicos. Los que quieren controlar todo y los que solo quieren divertirse. Y así podríamos seguir la tarde entera.
Pero también están los que bajo una imagen de aparente normalidad esconden aspectos que, si no fueran tan graciosos, darían miedo.
Una de las primeras cosas que me golpeó cuando recién llegaba al mundo de Osos fue la afirmación de uno de mis recientes conocidos que me dijo: “tenés que estar atento, porque acá somos “todas viajadas y leídas””. En ese momento me sonó un poco fuerte, pero al tiempo entendí que era absolutamente cierta la sentencia.
Y no es que estemos todos para el psiquiátrico, pero hay personajes que nos dejan dudando.
Gente que usurpa títulos (se acuerdan del “dígame doctor”), los que se construyen imaginarias familias importantes, los que ostentan profesiones de las más variadas de las que no tienen la más mínima idea. Pero todos no dejan de ser parte de la fauna de un sector de la sociedad que, como cualquier otro, tiene sus ejemplares exóticos.
Lo que sí es más delicado es la presencia de los que no muestran mucho equilibrio al momento de relacionarse. Y, como en las mejores familias, también circulan por nuestro medio.
Contaba yo que Javier, en su primera fiesta de Osos, se fue acompañado. Se fue con Andrés, a quien con el tiempo todos llamaríamos “el loco”. Un tiempo después, Javier contaba que la llegada de Andrés a su vida le trajo muchos cambios, unos buenos y otros ya les cuento.
Javier, a partir de su nueva relación, decidió ir a vivir fuera de la casa familiar, compartiendo un alquiler con un primo. Andrés, que vivía bastante lejos, se fue quedando de a poco a vivir en la nueva casa de Javier, al menos durante la semana. En esos meses Andrés le contó a Javier que antes había estado saliendo con un miembro del club y que lo había dejado por él. Ésta era la excusa que le ponía a Javier cada vez que éste quería ir a alguna actividad de Osos. “No puedo,” le decía Andrés,” es que como yo dejé a Manuel por vos, hay varios miembros de Osos que me juraron que si aparezco por allí me van a trompear”. Javier quiso saber quiénes harían tal cosa. Andrés respondió: “Manuel, Aldo y Franco, entre otros.”
El Franco en cuestión no era otro que yo, que, hasta entonces, no tenía noticias de la existencia de este tal Andrés. Lo que sucedía es que Andrés no había terminado con Manuel y los fines de semana –en que le decía a Javier que iba a visitar a su familia- los pasaban con Manuel, por ende, no podía ir a las actividades de Osos con Javier, porque allí estaría Manuel.
Finalmente el noviazgo de Javier y Andrés terminó casi al mismo tiempo que el noviazgo de Andrés y Manuel. Javier volvió a las fiestas de Osos. Una noche de domingo me acerco a conversar con él y, cuando le digo mi nombre, empalidece y me pregunta: “¿me vas a pegar?” En ese momento no entendía nada. “Te conozco hace cinco minutos, ¿por qué te pegaría?” Y me contó la historia del loco Andrés.
Andrés no se tomó bien la ruptura. En un día podía llamar por teléfono a Javier hasta diez veces y enviarle muchos más mensajes de texto pidiéndole que retomen el vínculo. Javier siempre se negó. Varios años después Andrés sigue insistiendo.

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