domingo, 26 de diciembre de 2010

Regla de tres simple

Estábamos cenando un grupo de amigos, varios de ellos Osos y cazadores, y la conversación se fue derivando –como muchas veces, como casi siempre, bah- hacia el más elemental puterío. Fue entonces que se mencionó que tal cazador era pasivo. A lo que uno de los Osos presentes, con su mejor cara de inocente, casi haciendo puchero, se lamentó: - ¡Entonces me mintieron, los cazadores no son todos activos! Entendimos la ironía y la risa acompañó el final del comentario.

Cuando llegué al mundo de Osos yo pesaba cerca de ochenta kilos, y me informaron que era un cazador. No pregunté mucho, pero tenía la misma falsa información que el Oso de la cena.


Por entonces, hace unos diez años, estaba yo en La Escondida, cuando la playa nudista cercana a Mar del Plata no era tan conocida, y mi vista fue cautivada por un hermoso gordo que salía del agua. Me fui acercando y no necesité hacer ningún esfuerzo porque fue él quien inició la charla. Desnudos, sentados en la arena de frente al mar, Horacio, tal el nombre de mi nuevo amigo, dijo que me encontraba cara conocida. Hablamos de fiestas de Osos y de allí su recuerdo. Yo ya estaba afinando la puntería, para que la ocasión termine de la mejor manera, cuando llega un flaco, también nudista, termo en mano. El termo del mate.

Juan Manuel se presentó, se quejó del tiempo que tardaron en calentar el agua en el barcito de la playa y se puso a cambiar la yerba. Preguntó si yo tomaba mate y se armó la ronda. Se acabó el agua, se fue el sol y la hora de la despedida se hizo presente. –Anotá mi teléfono, dijo Horacio, porque hoy nosotros ya nos volvemos a Buenos Aires. Yo hice como que me disponía a buscar lápiz y papel, pero –estando desnudo – no tenía dónde guardarlos. Se escucharon comentarios un poco obvios y Juan Manual, revolviendo en su mochila, encontró lo necesario. Intercambiamos teléfonos y nos despedimos.

Unas semanas después Horacio me llama. Se escucharon las preguntas de rigor y llegó la invitación. – ¿Querés venir a casa y hacemos algo los tres? – Es que solo me gustan los cuerpos como el tuyo. Intenté una excusa. – No hay problema, yo me las arreglo para atender a los dos. Fue la respuesta-desafío de Horacio y acepté.






Ya en plena acción dejé que tomaran ellos la iniciativa. Se notaba que no era la primera vez que eran tres en esa situación. El trío les resultaba familiar. Mientras Horacio me besaba, Juan Manuel se ocupó de besar cada parte de la generosa anatomía de su pareja. Horacio de pie junto a la cama me pidió que me pare sobre ella y fue su turno de saborearme mientras Juan Manuel se demoraba en poner a punto el miembro de Horacio. Entonces Juan Manuel se acomodó de modo que pudiera ser penetrado y Horacio – que me había colocado el preservativo con su boca – me indicaba que tome mi lugar en la escena. Era como un trencito donde fui furgón de cola por un placentero rato.

Así, en un ménage à trois, descubrí lo que años más tarde sería un comentario ácido de un Oso en una cena.

martes, 21 de diciembre de 2010

Como al Señor Barriga


Durante algún tiempo, como al Señor Barriga, me tocó ir a cobrar el alquiler.

Yo trabajaba para una gente que tenía algunos inmuebles en alquiler y, entre otras tareas, cada comienzo de mes, debía ir a cobrar los alquileres.


De todos había dos que me interesaban particularmente ir. Uno era un local comercial, cuyo titular era un interesante señor maduro, redondito y calvo. Pero que siempre estaba con su esposa detrás del mostrador. Por aquellos años yo ya había salido un par de veces en televisión hablando de los Osos. La mirada pícara que me dedicaba cada comienzo de mes el comerciante parecía querer decirme: “yo sé”. Pero la permanente presencia de la esposa anuló toda posibilidad de esclarecer si realmente sabía o no; y si, en definitiva, tenía esa mirada alguna otra intención.

El otro era el alquiler de un departamento. Aquí estaba todo claro. Los inquilinos eran una pareja de Oso y Cazador que yo conocía de verlos en las fiestas de Osos. La metodología con todos los inquilinos era idéntica: llamar por teléfono los primeros días del mes para consultar cuando podía pasar a buscar el dinero y entregar los recibos.
De la pareja el que estaba en casa en el horario en que yo podía pasar era el Oso. Yo llamaba al inicio de mes, el daba un día y una hora y yo pasaba a intercambiar dinero por recibo. No pasaron más de dos meses, al tercero, combinado el día y la hora, me presenté, como el Señor Barriga, a cumplir mi tarea.


Toqué timbre y, aunque eran el día y la hora combinados, no respondía nadie. Insistí. El departamento era en planta baja y a la calle. Al tercer intento, desde detrás de la ventana, preguntan quien estaba llamando. Me identifiqué y mencioné que estaba allí por el alquiler. Se abrió una hendija de la persiana y asomó una mano con un llavero. – ¿Podés pasar, que estaba por entrar a bañarme, y me da fiaca volver a vestirme para ir a abrir?
Claro que acepté. Entré y el simpático Osito estaba solo con una toalla a la cintura. – ¿Estás apurado? - Preguntó. – Dame un minuto que ya estoy con vos. – Dijo sin esperar mi respuesta.


Y cumpliendo la promesa, muy poco tiempo después, ya bañado salió del baño… en slip. Yo estaba aún en el hall, recibo en mano. – Vení que te pago, tengo la plata en el dormitorio. – Cuando me pasó cerca, rumbo al dormitorio, ya no lo perdoné más. Lo agarré por la cintura y lo presioné contra mi cuerpo. Antes de besarlo le pregunté el por qué toda esa puesta en escena. -Ya que no tengo un cuerpo hermoso – respondió – me gusta entregarlo limpito.
De allí en adelante, cada comienzo de mes, me esperaba ya bañado.

miércoles, 15 de diciembre de 2010

Robando besos


Hace un tiempo, las cenas en el club de Osos de Buenos Aires, eran un buen momento para compartir encuentros y lugar para conocer linda gente.
Aquellas cenas nacieron de las ganas de pasar un rato con amigos, al terminar las reuniones del club donde organizábamos las actividades: encuentros, saunas, salidas, cine debate, programa de radio, cenas, revista, viajes, etc. Hoy, de aquella energía, queda poco y nada. Las cenas, que al comienzo eran solo para miembros del club, poco a poco fueron recibiendo amigos y finalmente, se convirtieron en una convocatoria abierta, una actividad más del club. Durante algunos años, muchos Osos y amigos de todo el mundo se acercaron a pasar un rato agradable con pares, compartiendo una rica comida, a lo que se le sumaba el plus de poder conocer a alguien.
No pocas veces me fui muy bien acompañado de esas cenas. Muchas otras tuve la posibilidad de interactuar con personas llegadas de las más diversa latitudes y conocer otras realidades. Desde australianos a franceses, canadienses y chilenos, cubanos y españoles. Toda ocasión era buena para charlar y, si se podía, intentar algo más.
Buenos Aires logró imponerse como uno de los destinos gays más importantes del mundo. Por su importante oferta cultural, sus bares y restaurantes, su belleza arquitectónica y su beneficioso cambio monetario, entre otras consideraciones.

Robo Uno
A una de las citadas cenas llegó un grupo de norteamericanos, entre ellos una pareja formada por dos Osos, uno de cerca de cincuenta y el otro rondando los treinta. Después del café me acerqué a conversar con ellos. Lo primero que aclararon es que formaban una pareja abierta y estaban en Buenos Aires tratando de pasarla lo mejor posible. Me concentré en el primero, el que más me interesaba y no terminó la noche sin que le robe unos sabrosos besos.




Las cenas eran los viernes y algunos sábados, había noche de bar en la misma casa. Ese sábado hubo bar y los americanos regresaron. En un momento de la noche veo que “mi” americano estaba siendo “atendido” por tres de los cazadores más efectivos del club. La escena era llamativa, casi graciosa. Los tres cazadores estaban en línea contra la barra y el Oso americano frente a ellos, respondiendo a sus preguntas. Vi que el otro americano –la pareja-, estaba dando vueltas, buscando su diversión.
Me acerqué por detrás del americano y, sin decir, nada, lo abracé. Las miradas de los tres cazadores me atravesaron cual rayos lanzados por coléricos dioses del Olimpo, al tiempo que el deseable Oso se giraba para ver quien lo abrazaba, pensando tal vez, que sería su pareja. Me reconoció y sonrió. Entonces le dije al oído que me gustaría volver a besarlo como la noche anterior. Sin decir nada, se giró me besó apasionadamente.
Los tres cazadores aún me siguen haciendo vudú.




Robo Dos
Otra noche de cena fue un grupo de brasileros el que llamó la atención. De los tres, uno, de unos cuarenta y cinco años, alto y de cabello con bastantes canas, era el que se llevaba la mayoría de los elogios.



Una vez más, después del postre, me acerqué a conversar con él. Lo puse en conocimiento que muchos de los presentes lo hallaban muy atractivo y que ya había algunos que estaban organizando su club de fans y que yo ya tenía en mi poder una larga lista de voluntarios para besarlo antes que se retire. Entre incrédulo y divertido me dijo que agradecía la iniciativa. Otro de los brasileros de su grupo le insistía en que ya era hora de volver al hotel. Pensé que terminaba la charla, pero mi interlocutor, diciéndole a su amigo que espere, preguntó donde estaban esos voluntarios que les iba a facilitar la tarea. Puse mi mano en uno de mis bolsillos, saqué un papel cualquiera y haciéndome el que leía, le informé: - De casualidad, yo tengo el número uno de la lista de voluntarios. - Se rió con ganas, al tiempo que se me acercó y abrazándome con firmeza, me ofrecía su boca entreabierta diciendo: – Vamos a completar el trámite.

lunes, 6 de diciembre de 2010

Cuestión de piel

Ya pasaba yo de los cuarenta años la primera vez que tuve ladillas.
Como era la primera vez, no sabía identificarlas. Y como la picazón comenzó cerca del ombligo, pensé que sería alguna otra molestia.
Me fui a la guardia del plan de salud que tenía en aquellos años y la joven médica que me atendió, luego de mirar los puntos negros en medio de mi vello cerca del ombligo, sentenció: - No tengo idea qué pueda ser; aquí tiene una derivación para ver un dermatólogo.
Pensé que podía ser una cuestión de piel, alguna reacción extraña.
Esa misma tarde fui atendido por el dermatólogo. De entre treinta y cinco y cuarenta años, con acento caribeño, anillo de casado en la mano izquierda, moreno y bastante redondo, me preguntó que me traía a su consulta. Le expliqué y cuando me disponía a mostrarle mi panza, disparó: - No, sacate toda la ropa, tengo que revisarte a fondo.
¿Déjà vu? Parece que sí.
Mientras yo me iba quitando toda la ropa (siempre fui un paciente obediente), el médico pasaba un cerrojo a la puerta del consultorio: - Para que nadie moleste. – dijo tratando de aclarar mientras oscurecía.
Yo ya no era el chico de dieciocho años que era desnudado por el apostólico Doctor Uno, mientras mi compañero seminarista miraba mi desnudez con total descaro; ni el joven de veintipocos al que el otro galeno caritativo, el Doctor Dos, compeliera a mostrarle un poco más; ni el joven de casi treinta sorprendido por el avance de tetera del Doctor Tres.
Dejé que hiciera. Ya desnudo, me pidió que me quede de pie junto a la camilla y él, de pie también, frente a mí, comenzó por revisarme desde la barba y en descenso. Después de buscar con dedos ávidos algún insecto entre el vello facial, recorrió lentamente con yemas febriles toda la extensión de mi frondosa pelambre pectoral. Me pidió que levantara los brazos y revisó las axilas. De allí a la panza y a la constatación de la categoría de los primeros ejemplares de los maléficos invasores.
- Son ladillas, hay que revisar muy bien todo, para ver la magnitud de la infección.
Mi mirada ya no era la del inocente paciente de antaño. El puti-radar me funciona aceitadamente y raras veces falla. – Vamos a ver hasta dónde llega – Me dije, imaginando sus próximos pasos. Pero su osadía superó todos mis pronósticos malpensados.



Luego de sentenciar que el pubis era la zona con mayor propensión al contagio, se dedicó a buscar, podría decir que pelo por pelo, la presencia de los indeseables insectos. Hasta ahí, su manoseo era casi impúdico. Al pasar a continuar la búsqueda entre las joyas de la corona, la intención ya era indisimulable. Podría clasificarla de masaje.
¿Podría hacer algo más? Podía. ¿Tendría más excusas impresentables? Tenía. Ya sentado en su silla, para mejorar su ángulo frente a mi desnudez, sin ponerse colorado, mirándome fijamente a los ojos, afirmó: - Estos bichitos son tremendos, suelen meterse hasta entre la piel que cubre el glande. – Mientras me agarraba el miembro con una mano y con la otra tiraba el prepucio hacia atrás.
Una sana respuesta, esperada ante ese estímulo, comenzó a esbozarse. Cuando mi erección ya no era un secreto para nadie en ese recinto, volvió a repetir la maniobra. Confiado en el pasador que nos mantenía a salvo de visitas inesperadas, le agarré la cabeza con las dos manos y –como en una porno de bajo presupuesto – se la empujé hacia adelante.
Creo que no hace falta aclarar que tenía la boca abierta, lista para la tarea.
Eso sí. El remedio que me recetó para combatir las ladillas, es buenísimo.

jueves, 25 de noviembre de 2010

¿Jugamos al doctor?


Cuando yo era chico jugábamos al doctor, con la vecinita de enfrente, el vecino de la esquina o aquellos primos más atorrantes. El médico de turno, ante cualquier síntoma manifestado por el paciente de turno –dolor de cabeza, dolor de estómago, fiebre- siempre pedía lo mismo: quítese la ropa que lo voy a revisar. ¿Lo habríamos aprendido de las vistas al médico? ¿O era solo la curiosidad de inocentes niños por los otros cuerpos? Así era el juego: tratarse de usted, para imponer autoridad, dar órdenes que no podían desobedecerse. Lo concreto es que descubríamos otros cuerpos y, a veces, había que agarrar algún termómetro que el médico nos ponía al alcance la mano. Pero eran solo juegos de chicos.

Doctor uno
Cuando tenía unos dieciocho años un dolor de tipo ciático me tenía a mal traer. Ya estaba en el seminario y –tal como funcionaban las cosas allí- pedí a los superiores permiso para ir al médico. Me indicaron uno que atendía curas y seminaristas como parte de su apostolado. El cura que me daba la autorización me sorprendió al decirme que Cazorla me acompañaría a la consulta, ya que él era médico y podía ser de utilidad.
Cazorla era un extraño personaje que vivía en el seminario. Cuando yo comencé a cursar mis estudios, él ya estaba en la última etapa. Cuando yo dejé esa casa de estudios, él estaba en el mismo año. Se decía que él era médico, recibido en Paraguay, por eso no podía ejercer, pero lo que la mayoría decía, era que no era posible ordenarlo cura, pero que estaba allí cumpliendo tareas de inteligencia (de la SIDE interna de la iglesia, ustedes saben). Cazorla era un gordito muy peludo que andaba por los cincuenta años y que me daba mucho morbo, siempre de sotana.
Llegamos al consultorio en el centro de La Plata y cuando llegó mi turno, Cazorla entró conmigo a la consulta. El espacio era amplio pero él se quedó bien cerca de mí. Le dije al médico –un rechoncho cuarentón, de amplias entradas en la frente y cabello negro- lo que me pasaba y respondió -como sucedía en mis juegos de infancia- Sacate toda la ropa. Yo hacía poco había ingresado al seminario y si bien no tenía problema en desnudarme ante el médico, la presencia de Cazorla – que al fin de cuentas era un compañero- me inquietaba. Obedecí la orden y él, mi compañero que debía acompañarme para estar atento a las recomendaciones, se paró bien de frente a mí, de modo de no perder detalle.
El médico me revisó y diagnosticó. Me dio un tratamiento y nos fuimos.
Nunca más hablamos del asunto.
Doctor dos
Algunos años después, aún en el seminario, volví a necesitar de un doctor. Tenía un problema digestivo, estado febril, y por el malestar, me había quedado en cama. El cura de turno llamó al médico que visitaba a los seminaristas que lo necesitasen. De unos sesenta años, gordito y calvo, se presentó el galeno, solo en mi cuarto. Me preguntó que tenía y le expliqué. –Mostrame, dijo. Yo corrí las frazadas y sábanas, levanté la parte superior de aquellos antiguos pijamas tipo buzo y le mostré la panza, motivo de mi malestar. – Bajate el pantalón también. – Ordenó.
Obedecí el silencio. Comenzó a tocarme la barriga y apretar en distintos puntos, lo cual era esperado; pero a medida que me “revisaba” no pude evitar el comienzo de una erección. Me miró con picardía, me subió el mismo el pantalón, dejó la receta con la medicación y se fue.
Nunca más lo vi.


Doctor tres
Unos cuantos después, ya lejos del seminario y en otra ciudad, tuve un amigo cuyo padre era médico: un gordo canoso de unos cincuenta y cinco años, alto, de ojos celestes y siempre sonriente. Cuando necesité alguna vez de su ciencia, lo consulté y siempre fue muy correcto.
En cierta oportunidad nos cruzamos en una fiesta. Yo –que aún no conocía el significado de las teteras- cuando vi que se dirigía al baño fui tras él, por instinto. Mi mayor expectativa era ver algo de reojo. Cuando entré al baño, estábamos solo nosotros dos; me acomodé en un mingitorio, ni muy lejos ni muy ceca, como al azar. Él comenzó a hablarme desde el comienzo. Lo hacía mirándome a los ojos y sonriendo. Mi estrategia de espiar, estaba quedando frustrada. Pero algo no estaba bien. Él había ingresado antes que yo y parecía que nunca terminaba su evacuación. Yo terminé, guardé y cuando ya no pude aguantar más mi curiosidad, bajé la vista. Él seguía con su miembro en la mano, pero apuntaba hacia mí, y estaba visiblemente excitado. Sin reacción, me despedí y volví a la fiesta.
Lo vi muchas veces más, pero nunca pude hablar del asunto.

Epílogo
Como canta el Indio Solari en aquel temazo de Los Redonditos de Ricota, “siempre fui menos que mi reputación”.

Buenas noches.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Pisándole la manguera al bombero

Dice el dicho popular que entre bomberos no se pisan la manguera. Pero…

Parte I
Aquella noche también estaba en la puerta de la fiesta semanal de Osos de Buenos Aires. Y -de la manera más descarda- un cazador me encaró pensando que –como muchos Osos- no podría resistirme a sus encantos. Lo tomé de la cintura, lo apreté contra mi cuerpo generoso y susurrándole al oído le expliqué la verdad de la milanesa: - Me gustan los Osos gordos, bien gordos. Igual gracias por el intento. Se despidió con una sonrisa cómplice y se perdió entre la multitud de cuerpos deseantes.
Media hora después llegó Rubén. Nos saludamos con el cariño de siempre, el mismo desde el primer día. Miró el ambiente con ojos de escáner de aduana y sentenció con desagrado: - No se ven muchos cazadores, otra noche que vine en vano. – Error, - corregí – hay un cazador que nunca había visto por aquí y que es justo lo que te recetó el médico: de un poco menos de treinta años, delgado pero no raquítico, con el color de piel justo, bien de barrio, para hacerte todos los ratones posibles. En resumen, un chonguito para que te chupes los dedos. Está de chomba roja y hace una media hora me avanzó. Si te apurás, es posible que aún esté libre.
Creo que no escuchó el final de la frase. Con el radar cazachongos activado en máximo salió a recorrer el lugar.
A los cinco minutos regresó. Cara de pocos amigos. – ¿Libre dijiste? – Sí, creo que dije libre, sí. – Tal cual, estaba libre y es taxi. La carcajada nos creció al mismo tiempo desde el fondo de las panzas soberanas. – Perdón…– quise argumentar. – No, yo tampoco me di cuenta. Lo encaré, y ya estaba listo para la acción cuando me pasó la tarifa.- Me disculpó, como solo él sabía hacerlo.


Al taxi lo seguí viendo por largo tiempo en las fiestas. A Rubén lo extraño, me hace falta cada día.

Parte II
Desde finales de 2004, en Buenos Aires, en cualquier tipo de fiesta con público, es obligatoria la presencia de un bombero. Las fiestas de Osos no son la excepción. La disco en la que hacíamos las fiestas en tiempos que me abordó el taxi boy, tenía su bombero. No era un secreto para nadie que con sus formas provocadoramente redondas, su sonrisa siempre diciendo “ustedes saben que yo sé que les gusto” y su mirada azul-pícaro, me tenía profundamente alterado.
-Ya te dije que es hétero, casado, con hijos, que trabaja de noche para ganar un extra – me trataba de convencer Pablo –adoradordegordoscompulsivo-, mientras yo me resistía (soy de aquellos que creen que todos los gordos lindos son gays y, por supuesto, yo les voy a gustar).
Una de las rutinas de aquellas fiestas era convidar a los presentes con sándwiches de miga. Yo supervisaba el reparto y, como ya habrán concluido, el primer plato en ser separado y entregado personalmente por este escriba, era para el bombero que tenía su punto de trabajo cerca de la entrada.



Una noche faltó el chico del guardarropa. La gente del boliche le pidió al bombero el favor de reemplazarlo, ya que no tenían más personal. Esa noche el plato de triples fue más especial que nunca. Al entregarlo, aproveché y me quedé conversando. Consciente que otra oportunidad así no se presentaría en breve, aceleré y pasé sin escalas de “los piropos que todos en la fiesta querían decirle y no se animaban”, a mis propios elogios o sus ojos, su sonrisa, su figura y –como no retiró la mano cuando se la sujeté sobre el breve mostrador del guardarropa- lo invité a tomar un café al final de la fiesta. – Mirá, mejor no me agarres la mano, acá todo el mundo habla ¿viste? – Dijo con dulzura. – Nunca estuve con otro hombre, pero cuando me decida, va a ser a vos a quien voy a llamar. – Prometió, guiñándome un ojo.
Le anoté mi número de teléfono y accedí a su pedido de apartarme para evitar comentarios.
Me instalé en la mesa de entrada, muy cerca del guardarropa, desde donde mi bombero me miraba con disimulo pero sin reticencia. De pronto, aquel taxi boy de chomba roja, estaba a mi lado, preguntándome: - ¿Arreglaron algo? – Perdón, no entendí. – Traté de disimular. – Te vi hablando con el bombero y pensé que estaban arreglando un encuentro. – No. Para nada. Hablamos sí, pero me dijo que no sale con hombres. –Quise cubrir al hétero con dudas.
No fue una carcajada. Ni una sonrisa socarrona. Más bien un gesto piadoso para con un pobre inocente. El taxi boy –dueño de aquel gesto- me miró con ternura a los ojos y me informó: Gratis no. Si le ofrecés un valor interesante acepta. Atendemos los mismos clientes.

Epílogo
Como dice el personaje de Ricardo Darín en Nueve Reinas, putos no faltan, lo que faltan son inversionistas.
Buenas noches.

jueves, 11 de noviembre de 2010

La vida de un Oso

Cuando comente con amigos que me venía a Rio, a vivir con Raul, casi todos preguntaron si ya había hecho contacto con los Osos de estas latitudes. Y si bien conocía a varios Osos de Rio, San Pablo y Belo Horizonte, no me había puesto a pensar en eso.
Y, sin embargo, desde mi llegada no hice otra cosa que vincularme con los Osos.
Primero me anoté en el concurso BBB 2010 que organiza Ursos.com.br y quedé seleccionado. Luego fui convocado para escribir en Mundo Ursino, donde he publicado algunas crónicas y donde además colaboro con la traducción de El Ósculo Hirsuto al portugués.
Pero fue en las últimas semanas que las invitaciones se multiplicaron. Primero fui convocado para ser parte de la organización de las actividades de Ursos do Rio. Casi al mismo tiempo recibí una invitación para ser parte del concurso Bearman 2011 que organiza Bear+Magazine.
También estoy traduciendo (del portugués al castellano) el blog de una pareja de Osos de San Pablo, La Vida de dos Osos. Y fui convocado para escribir sobre la movida de Osos de Rio, en la Revista S.
Acabo de terminar también la traducción al castellano todo el sitio de Ursos de Brasil, que en breve estará on line.
Mi última colaboración con la movida de Osos aquí en Brasil, es la campaña de difusión de la próxima fiesta de TV Bear. Imágenes que ilustran este texto.





miércoles, 10 de noviembre de 2010

Atracción peligrosa - The Town

Decía Borges que todo buen cuento encierra en sí otra historia, aquella que va a dejar en quien lo recibe una huella inolvidable. El mismo Borges escribió sobre cine y literatura, como formas artísticas que se auto referencian. En Atracción Peligrosa (The Town) se puede comprobar cómo detrás de la película (cuento) hay muchas otras posibles lecturas y como su escritura es el fuerte que hace de ésta una gran película.
El nuevo film de Ben Affleck como guionista-director-protagonista (quien ganara un Oscar por el guión de Good Will Huntig y que ya me había sorprendido gratamente con su trabajo anterior como director: Gone Baby Gone) se presenta como una policial de acción. Supongo que de allí la tentación de los distribuidoras tanto de Argentina como de Brasil de ponerle un título que no tiene nada que ver con la intención del guionista-director.


Las dos películas de Affleck, además de ser muy recomendables, sufrieron con la traducción de sus títulos. La primera pasó de Gone Baby Gone a Desapareció una noche (en Argentina) y Miedo a la verdad (Brasil). A The Town, en ambos países se la llama Atracción Peligrosa, y el nombre no le hace justicia.
En este soberbio largometraje, Affleck pinta un lugar (Town= ¿Ciudad, País, Mundo?) de manera impecable e impiadosa. Sus personajes, absolutamente humanos, nos dejan dudar con ellos sobre la moral de cada situación. Y si bien los malos (en el film, los representantes de la ley) son siempre malos, los buenos (las víctimas, los marginales, los delincuentes) se permiten tener gestos de bondad sin ponerse colorados.


Envuelto en un formato claramente identificado con el cine de las superproducciones (impactantes persecuciones en auto, asaltos violentos, mucho tiro y explosiones, etc.) la película ahonda en los personajes que la pueblan y es en los permanentes primeros planos donde Affleck parece decirnos dos cosas: de ellos habla la película y –también- te los puse en primer plano, no podés no verlos. Centrada en un ladrón -muy inteligente- que se rodea de lo peor de su barrio y se enamora de su víctima, la historia nos permite conocer los motivos por los cuales cada uno es lo que es.
Notable reflexión sobre el mundo en que vivimos, que nos permite salir del cine y seguir hablando de los valores de la amistad, el amor, la justicia, la autoridad, la propiedad privada, la familia, los traumas de la infancia, las ausencias, las presencias, las responsabilidades, el síndrome de Estocolmo y muchos temas más.
Como toda fábula ésta también tiene una moraleja, dura, interesante. Pero no se preocupen, no voy a contar el final. Que cada uno saque su propia conclusión.

martes, 9 de noviembre de 2010

Pensiones


Recibí un mail de un amigo, que pedía dar difusión a una noticia poco conocida.
Acá va.

El ministerio de Desarrollo Social de la República Argentina está otorgando pensiones a personas viviendo con VIH-SIDA. En especial a aquellas persona que no pueden conseguir trabajo ya que, de forma ilegal, se les suele hacer el testeo de VIH en el pre-ocupacional, aún sin contar con la autorización de la persona para ello.
La vía administrativa suele llevar un par de años hasta que se otorga, pero a través de la gestión de la Fundación Buenos Aires SIDA que preside Alex Freyre, es posible conseguir la pensión en solo algunos meses.

Está bueno poder difundir esta información entre la gente que conozcamos, alguien lo puede estar necesitando.

PENSIONES NO CONTRIBUTIVAS PARA PERSONAS VIVIENDO CON VIH-SIDA, si te interesa o conoces alguien a quien pueda serle útil avisame.
Soy voluntario de la Fundación Buenos Aires Sida, colaboro asesorando para esta oportunidad única que se consiguió del Ministerio de Desarrollo Social.
Está claro que tener VIH no te hace ser discapacitado, EL DISCAPACITADO ES EL SISTEMA LABORAL.
Contactame: José Luis Vicente (15) 5144-3846 vicentjl@hotmail.com

sábado, 6 de noviembre de 2010

Manual de histeria Osuna

Siempre me pasa. Cada vez que leo algo bien escrito. Se me revuelven las tripas. ¿Por qué no puedo escribir así? ¿Por qué no consigo escribir como Xtian Rodríguez o tener ideas brillantes como Hernán Casciari? ¿Por qué mis relatos o crónicas o posteos o lo que carajo sea lo que escribo siempre tienen un tono que parece destinado a complacer a los lectores? Las historias –repetidas- buscan, casi siempre inútilmente, un título vendedor, alguna frase con gancho o un final con remate divertido. Y nunca asoma algo que se parezca a una escritura que pueda desestructurar el discurso único con imágenes avasalladoras.
Y sin embargo vuelvo. Insisto. Y me sigo sorprendiendo al ver que el número de personas que pasan por el blog aumenta cada día. Y me cargan las pilas los comentarios de los lectores, sobre todo los que piden más, cuando me ausento más de lo esperado. Y pienso entonces desde dónde contar mi última incursión en un mundo que reclamo como propio y con el que tengo tantas diferencias.


Pero no argumentaba racionalmente la noche de la última fiesta de los Osos de Río de Janeiro. Después del reencuentro con los amigos, pensaba en cómo convencer carnalmente a algún hombre (que me resultara irresistible) a coincidir en mis ganas. Y me paré frente al que más me calentaba y mirándolo a los ojos disparé – Nos comunicamos por la página de los Osos ¿te acordás de mí? – lancé sin ningún prolegómeno. – Claro que me acuerdo, sos el argentino – respondió. - Puedo cumplir tu fantasía cuando quieras – anuncié sin rodeos. – ¿Me vas a decir groserías en español mientras cogemos? – preguntó, en perfecto portugués, mientras me sostenía la mirada.
Estábamos cerca de la barra, cerveza en mano. La música repetía su ritual hipnótico. – Acá va un adelanto, reventadito – dije al tiempo que comenzaba a besarlo furiosamente y él se dejaba besar mansamente y mis manos lo exploraban y sus ojos seguían clavados en los míos. –Vamos para arriba – fue la única propuesta posible después de varios minutos de intenso escarceo, proponiendo el dark room como correlato. – No. Estoy con un amigo. Después te veo – y sin despedirse caminó hasta donde estaba su amigo y comenzaron a bailar.



Dejé la botella vacía sobre la barra y encaré para el baño. En el camino me crucé con otro Osazo imponente. Avancé mirándolo fijo a los ojos y me sostuvo la mirada. Me olvidé de las ganas y me puse a conversar. Aceptó una cerveza; aceptó ir a la pista a bailar un poco; se dejó acariciar sin reservas; cuando propuse el beso, me interrumpió. – Me cansé – dijo – voy a descansar un rato. – Te acompaño – propuse, dando por entendido que dejaríamos de bailar y seguiríamos los rituales de ese particular cortejo de apareamiento nocturno. –No – me sorprendió – quiero estar solo un rato. Para mirar. Después nos vemos.
Y se paró al costado de la pista: a mirar.
Fue cuando pensé que sería útil escribir un manual de histeria osuna para prevenir a los que se descorazonan fácilmente. Se me ocurrió pensar que si bien no les disgustaba lo que tenían disponible, querían ver si conseguían algo más. O no, quien soy yo para sacar conclusiones. Pensé sí –sin embargo-, si habíamos ganado o perdido con la creación de espacios con estamentos tan definidos.


Cuando la fiesta ya comenzaba a declinar, me encaminé al dark room, tratando de consolarme al imaginar que recuperaba algo de aquellos territorios y categorías que tanto costaron erotizar y que la sociedad de consumo convirtió en negocio rentable. En la puerta estaba el segundo de los que esa noche me puso en lista de espera. Tocándolo provocadoramente, bajando desde el pecho, demorándome en la panza hasta rozarle la bragueta al alejarme, entré al cuarto oscuro.


No tuve tiempo ni de adaptarme a la nueva oscuridad cuando una mano me agarró desde atrás. Giré, y al recorrer pecho-panza-bragueta, concluí que eran los mismos que había tocado segundos atrás. Esperé que tomara él la iniciativa y lo hizo: me besó salvajemente mientras se desprendía con una mano el cinturón y con la otra me abrazaba desesperadamente. Seguí su juego y respondí enérgicamente a cada una de sus propuestas. Entonces me sorprendió una vez más. Acercó a su lado a quien lo acariciaba tímidamente desde un costado y comenzó a besarlo mientras dejaba que yo juguetee con mis dientes en su demandante pezón endurecido. Entonces aproveché y me replegué en la retaguardia –la suya-, mostré mi táctica y conseguí imponer mi estrategia.



Cansado pero contento, me acomodé la ropa y busqué la salida. Con la última cerveza me fui despidiendo de los amigos. Camino a casa no podía dejar de pensar en los modos de relacionarnos: Tantos sexos como personas, dijo aquel gran pensador. ¿Existe una histeria osuna? No sé si me interesa pensarlo. ¿Habrá posibilidad de volver a conquistar el espacio público más allá del día de la Parada Gay? Ojalá, pero me acordé de algo que leí hace poco: que en la TV local –a pesar de haber sido hasta grabado para una historia de amor gay – nunca se puso al aire un beso pasional entre dos hombres. Panorama sombrío. Y sentí que los esfuerzos de la Presidenta electa por desmentir los rumores que circularon por internet durante la campaña electoral sobre su apoyo al matrimonio entre personas del mismo sexo, no eran una buena señal. Ponen el giro a la izquierda y doblan a la derecha, remataba aquel viejo chiste de los sesenta. Histeria política, ese manual hay que escribir, es más urgente.

miércoles, 27 de octubre de 2010

De la mano y por la calle

Mi mirada ya no es –sólo- la de un extranjero que visita un lugar para conocerlo. No estoy aquí, en Rio de Janeiro, como turista. Yo vivo aquí. Por eso, todas las prácticas culturales me afectan, no como a alguien que está de paso sino, como a una persona que comparte la vida cotidiana en esta delimitada geografía.

Conocer la historia, la literatura, la sociología, el cine, la música, el deporte, la política, la cultura, las pasiones de estas latitudes es parte de mi formación como persona que vive en un determinado país. Y si bien encuentro más similitudes que las que podía imaginar con mi tierra natal, hay costados de la realidad brasilera en los que las diferencias no me alegran.
No hace mucho, los resultados de una encuesta sobre las pasiones nacionales de los brasileros, me produjeron bastante gracia. ¿Por qué? Porque entre las pasiones nacionales, además del fútbol, el carnaval y la cerveza, están los culos (bundas). Y para ser estrictos, el primer lugar, la pasión nacional más extendida a lo largo y a lo ancho de este país-continente son, nada más ni nada menos que: los culos.

La imagen de Brasil, fuera de sus fronteras, es la de un pueblo absolutamente liberal. Y la constatación dentro de las mismas, no es tal. La amenaza creciente de los fundamentalistas religiosos jaqueando a los políticos es una muestra.

En 2008, cuando aún vivía en Buenos Aires, participé de una reunión de las Autoridades del Mercosur para los Derechos Humanos. La posición de Brasil, sus documentos y el apoyo gubernamental a las iniciativas en reclamo de los derechos LGBT, me llenaron de envidia. Brasil fue el primer país del mundo en realizar una Conferencia LGBT y en tener el primer presidente en presentar un Programa Nacional para este sector de la población.




Sin embargo, no todas son rosas. Ya he mencionado alguna vez en esta columna la notable revista Caros Amigos. Allí pude saber que “Brasil es el campeón mundial en crímenes por odio sexual” (Caros amigos 148, pág. 20-21).


Mucha contradicción.


El país con la Parada Gay más numerosa del mundo, con iniciativas para nuestra comunidad más que elogiables y con el record mundial de crímenes contra gays, lesbianas y travestis.
Antes del primer turno de elecciones nacionales, mi amigo, el argentino Bruno Bimbi, que está cursando una maestría en letras, aquí en la PUC de Río, envió al periódico O Globo -y consiguió que le publiquen- una carta de lectores donde señalaba que le tema del matrimonio entre personas del mismo sexo estaba ausente del debate pre electoral. Entre los numerosos comentarios, los que sobresalían no eran los que defendían “los mismos derechos con los mismos nombres para todos”, sino los que invitaban al argentino a volverse a su país.
Por las calles de Rio vi, algunas veces, no muchas, mujeres de la mano en clara muestra de valor, de desafío; diciéndole a quien quiera darse por enterado que su amor no es invisible. Por otro lado, nunca vi por las calles a dos hombres dando ese tipo de señales de afecto.


Nos sorprende a quienes no nacimos cariocas, el volumen usado para hablar. En su trabajo Casa-Grande & Senzala, el sociólogo Gilberto Freyre intenta una explicación del por qué de los brasileros hablan alto: en varios siglos de sistema esclavista, el recibir órdenes a los gritos, trajo como respuesta que, cuando pudieron hacer oír su voz, los habitantes libres comenzaron a hablar a los gritos. Dicho por Chico Buarque de manera inmejorable: “O que será que estão falando alto pelos botecos”.



No somos invisibles, somos iguales a los demás. Y si los impuestos que pagamos las personas LGBT son los mismos que los impuestos que pagan las personas que no lo son, si las obligaciones ciudadanas son idénticas para todos, los derechos que exigimos, son los mismos y con los mismos nombres. Creo que es tiempo de gritar ante tanto avance religioso que quiere condenarnos, una vez más como lo hicieran tantas veces a lo largo de la historia, en pleno siglo XXI.
No creo que los políticos brasileros lean este comentario (bueno, nunca se sabe), pero sí creo que si todos los que formamos parte de una sociedad, exigimos los derechos que nos corresponden, los que tienen la obligación de legislar para todos (y en “todos” se incluyen a “todas las minorías”), deberán legislar de modo que todos seamos tratados como ciudadanos de una única clase y ya no, como de segunda, no merecedores de los mismos derechos. Y, sobre todo, mantener un estado laico, que no se deje presionar por ninguna religión, sea esta de la creencia que sea.



Mientras no haya una legislación que garantice la igualdad, mientras no se legisle para castigar todo tipo de discriminación (y agresión) contra las distintas formas de la diversidad, seguirá existiendo una deuda para con una importante porción de la población.
Cuando esto se revierta, cuando la legislación no discrimine, podremos salir por las calles de la mano, hablando alto sobre nosotros, sobre nuestra identidad, sin temor a ser discriminados, agredidos, estigmatizados o asesinados.

viernes, 22 de octubre de 2010

BearCity

En el cine y la televisión, actores gordos que hacían que nuestra fantasía volase, siempre hubo. Historias de amor homosexual, involucrando uno o más hombres bien masculinos, robustos, panzones, también (cómo olvidar a John Goodman y Dan Aykroyd en Normal Ohio, 2000, historia de amor entre dos gorditos, de la que se filmaron 13 episodios pero solo 7 se emitieron).
Cuando en 2005, en el marco del BAFICI se estrenó Cachorro (2004), la película española dirigida por Miguel Albaladejo, parecía que un sueño casi imposible se hacía realidad: ver en la pantalla grande retratada la vida cotidiana de un grupo de hombres que se identifican con un modelo de relacionamiento específico. Aunque la película se centraba más en la atención que un tío debía dar a su sobrino, el mundo de los Osos era el marco en que la historia se desarrollaba.
Luego otras historias de Osos fueron apareciendo en el cine: A dirty shame, de John Waters, también en 2004 presentaba una familia de Osos entre su provocadora galería de personajes inusuales; en 2007, Juan Flahn colocaba a una pareja de simpáticos Oso como protagonistas de Chuecatown, un policial humorístico delicioso.
Este 2010, como parte de la sección Mundo Gay, del Festival Internacional de Cine de Rio de Janeiro, se presentó –y tuve la suerte de ver- BearCity, una comedia romántica ambientada totalmente en un mundo de Osos.

El hall del cine la noche del estreno.

Lamentablemente la película no consiguió estrenarse comercialmente, ni siquiera en Nueva York, donde transcurre la historia. Se espera para noviembre la edición en DVD y allí la posibilidad de verla en todos los rincones del planeta.

Joe Conti, uno de los protagonistas, pasando al lado nuestro, antes de la película.

La foto a continuación es de la fiesta que se realizó luego de la presentación. El productor ejecutivo y algunos de los protagonistas compartieron una fiesta de Osos en la noche de sábado de Rio de Janeiro.


Algunos de los Osos de Rio, en el festejo.

domingo, 17 de octubre de 2010

Viajadas y leídas

Cuando llegué al mundo de los Osos de Buenos Aires, a mis casi cuarenta años, una de las primeras recomendaciones que recibí de uno de los Osos vernáculos fue: “no creas todo lo que te digan, porque acá, como dice el dicho, todas somos viajadas y leídas”. Y aunque en muchas oportunidades pude constatar que el dicho era cierto, también encontré que muchos de los que circulan por el universo osuno pueden, con autoridad, hablar de sus viajes y sus lecturas.
Pero eso no es lo habitual. En las charlas entre Osos (y gays en general) el discurso guarro, procaz, marginal, el que no ahorra detalles al describir las historias de levantes, teteras y puterío en general, gana por goleada frente a las conversaciones que circulan por otros territorios -por nombrarlos de alguna manera- más viajados y leídos.
Hay como un orden invertido. Pareciera que aquello que pudiera ser más del ámbito de lo privado, es traído permanentemente al discurso (y hecho público), que aquello que pareciera ser más apto para ser exhibido; aquello más políticamente correcto.
Como ya mencioné en otro artículo, mi búsqueda de libros por estos días en Río de Janeiro está orientada a aquellos textos donde los autores locales me ayuden a tener una mejor comprensión de la idiosincrasia del brasilero promedio y de los distintos estamentos que conforman este pueblo tan rico y variado en su conformación, tan heterogéneo y singular. Hace algunos días, recorriendo una antigua librería de usados aquí donde vivimos con Raul, en el barrio de Catete, me topé con un libro que me llamó poderosamente la atención. El mentado libro, escrito por Roberto Freire, se llama simplemente “Travesti”. Lo raro, lo particular, no es el término (incómodo, pero hoy totalmente incorporado al lenguaje coloquial cotidiano) que lo nombra, sino que el libro fue publicado en 1978.





Lo primero que vino a mi mente fue la imposibilidad de haberse publicado un libro con un título así en Argentina, en ese mismo año. Si bien los dos países padecíamos sendas execrables dictaduras militares, aquí en Brasil, fue posible que un libro se publique con un título que, en Argentina, hubiera sido impensable. Hubiese sido simplemente prohibido.
Ya en casa, con el libro en mano, busqué en internet datos sobre el autor que me era totalmente desconocido. Así supe que además de escritor, el paulista Roberto Freire muerto en 2008, fue médico psiquiatra, director de cine y teatro, autor de telenovela, letrista, investigador científico, asesor de Paulo Freire en el plan nacional de alfabetización y uno de los primeros editores de la indispensable revista Caros Amigos. Este multifacético brasilero, preso y torturado por la dictadura a fines de los años sesenta, fue el creador de la terapia erótico-anarquista somaterapia.

El libro es, al menos, extraño. El autor reunió bajo el llamativo título dos nouvelles: una de ese año, 1978 y otra diez años más vieja. El autor sostiene que el término –Travesti- es el que mejor define a todos los personajes de los dos textos. Y tiene razón.
Me voy a detener en la primera de las dos novelas cortas (primera en la edición, aunque última en ser escrita), El milagro. Allí Roberto Freire cuenta la vida de Joselin (hijo de José y Linda), quien a sus dieciocho años es expulsado de su casa y de su pueblo por su padre por su condición de homosexual y que adopta el mismo nombre – Joselin, como nombre de guerra- cuando travestido ya, se torna un personaje popular en el circuito gay de San Pablo de comienzos de los años setenta.
Boîtes, sauna y todo el universo de aquellas maricas heroicas que forzaron su incorporación en la sociedad pacata, es retratado fluidamente en ese texto de menos de cien páginas y que logra impactar con algunas escenas que darían pudor hasta el más desvergonzado de los narradores de historias de baños en cualquier latitud.




La historia – de amor, de odios, de traiciones, de venganzas, de vergüenzas, de humillaciones, de tabúes violados, de reivindicaciones, etc.-, los viajes iniciáticos –de ida a San Pablo y de regreso a su pueblo en Mato Grosso-, los escabrosos personajes arquetípicos, el lenguaje – y aquí Freire se convierte en un típico gay en sus temas y su vocabulario-, etc., conforman un texto que deja sin aliento al lector.
A mí, también, me dejó pensando.
Viajamos y leemos por muchos y diferentes motivos: por placer, para aprender, para ampliar nuestro conocimiento, para divertirnos, para distraernos, por curiosidad, etc. Viajar y leer nos permiten sumar a nuestra cosmovisión otros puntos de vista, otras miradas, otras experiencias de vida. Algunos viajes y algunas lecturas amplían nuestro espíritu crítico, otros nos movilizan, nos ayudan a pensar y entender la realidad; están los viajes y las lecturas que nos emocionan, los que nos incomodan, los que nos enriquecen personal y culturalmente. Hay lecturas que nos deslumbran y hay viajes –iniciáticos- que ya no nos permitirán ser los mismos.
Si en alguna librería de viejo se cruzan con este particular texto, mi recomendación es, que no se priven de leerlo. Es un interesante viaje.

jueves, 16 de septiembre de 2010

Mural x Julio López



A PESAR QUE MANOS ANÓNIMAS QUISIERON TAPARLO LA MISMA NOCHE QUE LO REALIZAMOS
SEGUIMOS ADELANTE Y LO INAUGURAMOS EL 18-09