jueves, 25 de noviembre de 2010

¿Jugamos al doctor?


Cuando yo era chico jugábamos al doctor, con la vecinita de enfrente, el vecino de la esquina o aquellos primos más atorrantes. El médico de turno, ante cualquier síntoma manifestado por el paciente de turno –dolor de cabeza, dolor de estómago, fiebre- siempre pedía lo mismo: quítese la ropa que lo voy a revisar. ¿Lo habríamos aprendido de las vistas al médico? ¿O era solo la curiosidad de inocentes niños por los otros cuerpos? Así era el juego: tratarse de usted, para imponer autoridad, dar órdenes que no podían desobedecerse. Lo concreto es que descubríamos otros cuerpos y, a veces, había que agarrar algún termómetro que el médico nos ponía al alcance la mano. Pero eran solo juegos de chicos.

Doctor uno
Cuando tenía unos dieciocho años un dolor de tipo ciático me tenía a mal traer. Ya estaba en el seminario y –tal como funcionaban las cosas allí- pedí a los superiores permiso para ir al médico. Me indicaron uno que atendía curas y seminaristas como parte de su apostolado. El cura que me daba la autorización me sorprendió al decirme que Cazorla me acompañaría a la consulta, ya que él era médico y podía ser de utilidad.
Cazorla era un extraño personaje que vivía en el seminario. Cuando yo comencé a cursar mis estudios, él ya estaba en la última etapa. Cuando yo dejé esa casa de estudios, él estaba en el mismo año. Se decía que él era médico, recibido en Paraguay, por eso no podía ejercer, pero lo que la mayoría decía, era que no era posible ordenarlo cura, pero que estaba allí cumpliendo tareas de inteligencia (de la SIDE interna de la iglesia, ustedes saben). Cazorla era un gordito muy peludo que andaba por los cincuenta años y que me daba mucho morbo, siempre de sotana.
Llegamos al consultorio en el centro de La Plata y cuando llegó mi turno, Cazorla entró conmigo a la consulta. El espacio era amplio pero él se quedó bien cerca de mí. Le dije al médico –un rechoncho cuarentón, de amplias entradas en la frente y cabello negro- lo que me pasaba y respondió -como sucedía en mis juegos de infancia- Sacate toda la ropa. Yo hacía poco había ingresado al seminario y si bien no tenía problema en desnudarme ante el médico, la presencia de Cazorla – que al fin de cuentas era un compañero- me inquietaba. Obedecí la orden y él, mi compañero que debía acompañarme para estar atento a las recomendaciones, se paró bien de frente a mí, de modo de no perder detalle.
El médico me revisó y diagnosticó. Me dio un tratamiento y nos fuimos.
Nunca más hablamos del asunto.
Doctor dos
Algunos años después, aún en el seminario, volví a necesitar de un doctor. Tenía un problema digestivo, estado febril, y por el malestar, me había quedado en cama. El cura de turno llamó al médico que visitaba a los seminaristas que lo necesitasen. De unos sesenta años, gordito y calvo, se presentó el galeno, solo en mi cuarto. Me preguntó que tenía y le expliqué. –Mostrame, dijo. Yo corrí las frazadas y sábanas, levanté la parte superior de aquellos antiguos pijamas tipo buzo y le mostré la panza, motivo de mi malestar. – Bajate el pantalón también. – Ordenó.
Obedecí el silencio. Comenzó a tocarme la barriga y apretar en distintos puntos, lo cual era esperado; pero a medida que me “revisaba” no pude evitar el comienzo de una erección. Me miró con picardía, me subió el mismo el pantalón, dejó la receta con la medicación y se fue.
Nunca más lo vi.


Doctor tres
Unos cuantos después, ya lejos del seminario y en otra ciudad, tuve un amigo cuyo padre era médico: un gordo canoso de unos cincuenta y cinco años, alto, de ojos celestes y siempre sonriente. Cuando necesité alguna vez de su ciencia, lo consulté y siempre fue muy correcto.
En cierta oportunidad nos cruzamos en una fiesta. Yo –que aún no conocía el significado de las teteras- cuando vi que se dirigía al baño fui tras él, por instinto. Mi mayor expectativa era ver algo de reojo. Cuando entré al baño, estábamos solo nosotros dos; me acomodé en un mingitorio, ni muy lejos ni muy ceca, como al azar. Él comenzó a hablarme desde el comienzo. Lo hacía mirándome a los ojos y sonriendo. Mi estrategia de espiar, estaba quedando frustrada. Pero algo no estaba bien. Él había ingresado antes que yo y parecía que nunca terminaba su evacuación. Yo terminé, guardé y cuando ya no pude aguantar más mi curiosidad, bajé la vista. Él seguía con su miembro en la mano, pero apuntaba hacia mí, y estaba visiblemente excitado. Sin reacción, me despedí y volví a la fiesta.
Lo vi muchas veces más, pero nunca pude hablar del asunto.

Epílogo
Como canta el Indio Solari en aquel temazo de Los Redonditos de Ricota, “siempre fui menos que mi reputación”.

Buenas noches.

jueves, 18 de noviembre de 2010

Pisándole la manguera al bombero

Dice el dicho popular que entre bomberos no se pisan la manguera. Pero…

Parte I
Aquella noche también estaba en la puerta de la fiesta semanal de Osos de Buenos Aires. Y -de la manera más descarda- un cazador me encaró pensando que –como muchos Osos- no podría resistirme a sus encantos. Lo tomé de la cintura, lo apreté contra mi cuerpo generoso y susurrándole al oído le expliqué la verdad de la milanesa: - Me gustan los Osos gordos, bien gordos. Igual gracias por el intento. Se despidió con una sonrisa cómplice y se perdió entre la multitud de cuerpos deseantes.
Media hora después llegó Rubén. Nos saludamos con el cariño de siempre, el mismo desde el primer día. Miró el ambiente con ojos de escáner de aduana y sentenció con desagrado: - No se ven muchos cazadores, otra noche que vine en vano. – Error, - corregí – hay un cazador que nunca había visto por aquí y que es justo lo que te recetó el médico: de un poco menos de treinta años, delgado pero no raquítico, con el color de piel justo, bien de barrio, para hacerte todos los ratones posibles. En resumen, un chonguito para que te chupes los dedos. Está de chomba roja y hace una media hora me avanzó. Si te apurás, es posible que aún esté libre.
Creo que no escuchó el final de la frase. Con el radar cazachongos activado en máximo salió a recorrer el lugar.
A los cinco minutos regresó. Cara de pocos amigos. – ¿Libre dijiste? – Sí, creo que dije libre, sí. – Tal cual, estaba libre y es taxi. La carcajada nos creció al mismo tiempo desde el fondo de las panzas soberanas. – Perdón…– quise argumentar. – No, yo tampoco me di cuenta. Lo encaré, y ya estaba listo para la acción cuando me pasó la tarifa.- Me disculpó, como solo él sabía hacerlo.


Al taxi lo seguí viendo por largo tiempo en las fiestas. A Rubén lo extraño, me hace falta cada día.

Parte II
Desde finales de 2004, en Buenos Aires, en cualquier tipo de fiesta con público, es obligatoria la presencia de un bombero. Las fiestas de Osos no son la excepción. La disco en la que hacíamos las fiestas en tiempos que me abordó el taxi boy, tenía su bombero. No era un secreto para nadie que con sus formas provocadoramente redondas, su sonrisa siempre diciendo “ustedes saben que yo sé que les gusto” y su mirada azul-pícaro, me tenía profundamente alterado.
-Ya te dije que es hétero, casado, con hijos, que trabaja de noche para ganar un extra – me trataba de convencer Pablo –adoradordegordoscompulsivo-, mientras yo me resistía (soy de aquellos que creen que todos los gordos lindos son gays y, por supuesto, yo les voy a gustar).
Una de las rutinas de aquellas fiestas era convidar a los presentes con sándwiches de miga. Yo supervisaba el reparto y, como ya habrán concluido, el primer plato en ser separado y entregado personalmente por este escriba, era para el bombero que tenía su punto de trabajo cerca de la entrada.



Una noche faltó el chico del guardarropa. La gente del boliche le pidió al bombero el favor de reemplazarlo, ya que no tenían más personal. Esa noche el plato de triples fue más especial que nunca. Al entregarlo, aproveché y me quedé conversando. Consciente que otra oportunidad así no se presentaría en breve, aceleré y pasé sin escalas de “los piropos que todos en la fiesta querían decirle y no se animaban”, a mis propios elogios o sus ojos, su sonrisa, su figura y –como no retiró la mano cuando se la sujeté sobre el breve mostrador del guardarropa- lo invité a tomar un café al final de la fiesta. – Mirá, mejor no me agarres la mano, acá todo el mundo habla ¿viste? – Dijo con dulzura. – Nunca estuve con otro hombre, pero cuando me decida, va a ser a vos a quien voy a llamar. – Prometió, guiñándome un ojo.
Le anoté mi número de teléfono y accedí a su pedido de apartarme para evitar comentarios.
Me instalé en la mesa de entrada, muy cerca del guardarropa, desde donde mi bombero me miraba con disimulo pero sin reticencia. De pronto, aquel taxi boy de chomba roja, estaba a mi lado, preguntándome: - ¿Arreglaron algo? – Perdón, no entendí. – Traté de disimular. – Te vi hablando con el bombero y pensé que estaban arreglando un encuentro. – No. Para nada. Hablamos sí, pero me dijo que no sale con hombres. –Quise cubrir al hétero con dudas.
No fue una carcajada. Ni una sonrisa socarrona. Más bien un gesto piadoso para con un pobre inocente. El taxi boy –dueño de aquel gesto- me miró con ternura a los ojos y me informó: Gratis no. Si le ofrecés un valor interesante acepta. Atendemos los mismos clientes.

Epílogo
Como dice el personaje de Ricardo Darín en Nueve Reinas, putos no faltan, lo que faltan son inversionistas.
Buenas noches.

jueves, 11 de noviembre de 2010

La vida de un Oso

Cuando comente con amigos que me venía a Rio, a vivir con Raul, casi todos preguntaron si ya había hecho contacto con los Osos de estas latitudes. Y si bien conocía a varios Osos de Rio, San Pablo y Belo Horizonte, no me había puesto a pensar en eso.
Y, sin embargo, desde mi llegada no hice otra cosa que vincularme con los Osos.
Primero me anoté en el concurso BBB 2010 que organiza Ursos.com.br y quedé seleccionado. Luego fui convocado para escribir en Mundo Ursino, donde he publicado algunas crónicas y donde además colaboro con la traducción de El Ósculo Hirsuto al portugués.
Pero fue en las últimas semanas que las invitaciones se multiplicaron. Primero fui convocado para ser parte de la organización de las actividades de Ursos do Rio. Casi al mismo tiempo recibí una invitación para ser parte del concurso Bearman 2011 que organiza Bear+Magazine.
También estoy traduciendo (del portugués al castellano) el blog de una pareja de Osos de San Pablo, La Vida de dos Osos. Y fui convocado para escribir sobre la movida de Osos de Rio, en la Revista S.
Acabo de terminar también la traducción al castellano todo el sitio de Ursos de Brasil, que en breve estará on line.
Mi última colaboración con la movida de Osos aquí en Brasil, es la campaña de difusión de la próxima fiesta de TV Bear. Imágenes que ilustran este texto.





miércoles, 10 de noviembre de 2010

Atracción peligrosa - The Town

Decía Borges que todo buen cuento encierra en sí otra historia, aquella que va a dejar en quien lo recibe una huella inolvidable. El mismo Borges escribió sobre cine y literatura, como formas artísticas que se auto referencian. En Atracción Peligrosa (The Town) se puede comprobar cómo detrás de la película (cuento) hay muchas otras posibles lecturas y como su escritura es el fuerte que hace de ésta una gran película.
El nuevo film de Ben Affleck como guionista-director-protagonista (quien ganara un Oscar por el guión de Good Will Huntig y que ya me había sorprendido gratamente con su trabajo anterior como director: Gone Baby Gone) se presenta como una policial de acción. Supongo que de allí la tentación de los distribuidoras tanto de Argentina como de Brasil de ponerle un título que no tiene nada que ver con la intención del guionista-director.


Las dos películas de Affleck, además de ser muy recomendables, sufrieron con la traducción de sus títulos. La primera pasó de Gone Baby Gone a Desapareció una noche (en Argentina) y Miedo a la verdad (Brasil). A The Town, en ambos países se la llama Atracción Peligrosa, y el nombre no le hace justicia.
En este soberbio largometraje, Affleck pinta un lugar (Town= ¿Ciudad, País, Mundo?) de manera impecable e impiadosa. Sus personajes, absolutamente humanos, nos dejan dudar con ellos sobre la moral de cada situación. Y si bien los malos (en el film, los representantes de la ley) son siempre malos, los buenos (las víctimas, los marginales, los delincuentes) se permiten tener gestos de bondad sin ponerse colorados.


Envuelto en un formato claramente identificado con el cine de las superproducciones (impactantes persecuciones en auto, asaltos violentos, mucho tiro y explosiones, etc.) la película ahonda en los personajes que la pueblan y es en los permanentes primeros planos donde Affleck parece decirnos dos cosas: de ellos habla la película y –también- te los puse en primer plano, no podés no verlos. Centrada en un ladrón -muy inteligente- que se rodea de lo peor de su barrio y se enamora de su víctima, la historia nos permite conocer los motivos por los cuales cada uno es lo que es.
Notable reflexión sobre el mundo en que vivimos, que nos permite salir del cine y seguir hablando de los valores de la amistad, el amor, la justicia, la autoridad, la propiedad privada, la familia, los traumas de la infancia, las ausencias, las presencias, las responsabilidades, el síndrome de Estocolmo y muchos temas más.
Como toda fábula ésta también tiene una moraleja, dura, interesante. Pero no se preocupen, no voy a contar el final. Que cada uno saque su propia conclusión.

martes, 9 de noviembre de 2010

Pensiones


Recibí un mail de un amigo, que pedía dar difusión a una noticia poco conocida.
Acá va.

El ministerio de Desarrollo Social de la República Argentina está otorgando pensiones a personas viviendo con VIH-SIDA. En especial a aquellas persona que no pueden conseguir trabajo ya que, de forma ilegal, se les suele hacer el testeo de VIH en el pre-ocupacional, aún sin contar con la autorización de la persona para ello.
La vía administrativa suele llevar un par de años hasta que se otorga, pero a través de la gestión de la Fundación Buenos Aires SIDA que preside Alex Freyre, es posible conseguir la pensión en solo algunos meses.

Está bueno poder difundir esta información entre la gente que conozcamos, alguien lo puede estar necesitando.

PENSIONES NO CONTRIBUTIVAS PARA PERSONAS VIVIENDO CON VIH-SIDA, si te interesa o conoces alguien a quien pueda serle útil avisame.
Soy voluntario de la Fundación Buenos Aires Sida, colaboro asesorando para esta oportunidad única que se consiguió del Ministerio de Desarrollo Social.
Está claro que tener VIH no te hace ser discapacitado, EL DISCAPACITADO ES EL SISTEMA LABORAL.
Contactame: José Luis Vicente (15) 5144-3846 vicentjl@hotmail.com

sábado, 6 de noviembre de 2010

Manual de histeria Osuna

Siempre me pasa. Cada vez que leo algo bien escrito. Se me revuelven las tripas. ¿Por qué no puedo escribir así? ¿Por qué no consigo escribir como Xtian Rodríguez o tener ideas brillantes como Hernán Casciari? ¿Por qué mis relatos o crónicas o posteos o lo que carajo sea lo que escribo siempre tienen un tono que parece destinado a complacer a los lectores? Las historias –repetidas- buscan, casi siempre inútilmente, un título vendedor, alguna frase con gancho o un final con remate divertido. Y nunca asoma algo que se parezca a una escritura que pueda desestructurar el discurso único con imágenes avasalladoras.
Y sin embargo vuelvo. Insisto. Y me sigo sorprendiendo al ver que el número de personas que pasan por el blog aumenta cada día. Y me cargan las pilas los comentarios de los lectores, sobre todo los que piden más, cuando me ausento más de lo esperado. Y pienso entonces desde dónde contar mi última incursión en un mundo que reclamo como propio y con el que tengo tantas diferencias.


Pero no argumentaba racionalmente la noche de la última fiesta de los Osos de Río de Janeiro. Después del reencuentro con los amigos, pensaba en cómo convencer carnalmente a algún hombre (que me resultara irresistible) a coincidir en mis ganas. Y me paré frente al que más me calentaba y mirándolo a los ojos disparé – Nos comunicamos por la página de los Osos ¿te acordás de mí? – lancé sin ningún prolegómeno. – Claro que me acuerdo, sos el argentino – respondió. - Puedo cumplir tu fantasía cuando quieras – anuncié sin rodeos. – ¿Me vas a decir groserías en español mientras cogemos? – preguntó, en perfecto portugués, mientras me sostenía la mirada.
Estábamos cerca de la barra, cerveza en mano. La música repetía su ritual hipnótico. – Acá va un adelanto, reventadito – dije al tiempo que comenzaba a besarlo furiosamente y él se dejaba besar mansamente y mis manos lo exploraban y sus ojos seguían clavados en los míos. –Vamos para arriba – fue la única propuesta posible después de varios minutos de intenso escarceo, proponiendo el dark room como correlato. – No. Estoy con un amigo. Después te veo – y sin despedirse caminó hasta donde estaba su amigo y comenzaron a bailar.



Dejé la botella vacía sobre la barra y encaré para el baño. En el camino me crucé con otro Osazo imponente. Avancé mirándolo fijo a los ojos y me sostuvo la mirada. Me olvidé de las ganas y me puse a conversar. Aceptó una cerveza; aceptó ir a la pista a bailar un poco; se dejó acariciar sin reservas; cuando propuse el beso, me interrumpió. – Me cansé – dijo – voy a descansar un rato. – Te acompaño – propuse, dando por entendido que dejaríamos de bailar y seguiríamos los rituales de ese particular cortejo de apareamiento nocturno. –No – me sorprendió – quiero estar solo un rato. Para mirar. Después nos vemos.
Y se paró al costado de la pista: a mirar.
Fue cuando pensé que sería útil escribir un manual de histeria osuna para prevenir a los que se descorazonan fácilmente. Se me ocurrió pensar que si bien no les disgustaba lo que tenían disponible, querían ver si conseguían algo más. O no, quien soy yo para sacar conclusiones. Pensé sí –sin embargo-, si habíamos ganado o perdido con la creación de espacios con estamentos tan definidos.


Cuando la fiesta ya comenzaba a declinar, me encaminé al dark room, tratando de consolarme al imaginar que recuperaba algo de aquellos territorios y categorías que tanto costaron erotizar y que la sociedad de consumo convirtió en negocio rentable. En la puerta estaba el segundo de los que esa noche me puso en lista de espera. Tocándolo provocadoramente, bajando desde el pecho, demorándome en la panza hasta rozarle la bragueta al alejarme, entré al cuarto oscuro.


No tuve tiempo ni de adaptarme a la nueva oscuridad cuando una mano me agarró desde atrás. Giré, y al recorrer pecho-panza-bragueta, concluí que eran los mismos que había tocado segundos atrás. Esperé que tomara él la iniciativa y lo hizo: me besó salvajemente mientras se desprendía con una mano el cinturón y con la otra me abrazaba desesperadamente. Seguí su juego y respondí enérgicamente a cada una de sus propuestas. Entonces me sorprendió una vez más. Acercó a su lado a quien lo acariciaba tímidamente desde un costado y comenzó a besarlo mientras dejaba que yo juguetee con mis dientes en su demandante pezón endurecido. Entonces aproveché y me replegué en la retaguardia –la suya-, mostré mi táctica y conseguí imponer mi estrategia.



Cansado pero contento, me acomodé la ropa y busqué la salida. Con la última cerveza me fui despidiendo de los amigos. Camino a casa no podía dejar de pensar en los modos de relacionarnos: Tantos sexos como personas, dijo aquel gran pensador. ¿Existe una histeria osuna? No sé si me interesa pensarlo. ¿Habrá posibilidad de volver a conquistar el espacio público más allá del día de la Parada Gay? Ojalá, pero me acordé de algo que leí hace poco: que en la TV local –a pesar de haber sido hasta grabado para una historia de amor gay – nunca se puso al aire un beso pasional entre dos hombres. Panorama sombrío. Y sentí que los esfuerzos de la Presidenta electa por desmentir los rumores que circularon por internet durante la campaña electoral sobre su apoyo al matrimonio entre personas del mismo sexo, no eran una buena señal. Ponen el giro a la izquierda y doblan a la derecha, remataba aquel viejo chiste de los sesenta. Histeria política, ese manual hay que escribir, es más urgente.