lunes, 29 de octubre de 2012

¿Secreto de confesión?



Los viernes por la noche en el seminario eran de adoración al santísimo (aquella ceremonia en la que durante algún tiempo se expone sobre el altar principal de un templo católico una hostia en un lujoso soporte para ser “adorada”  por los fieles).

También, esas noches, los sacerdotes se ubicaban en los confesionarios para escuchar las confesiones de los seminaristas.

Todos sabemos aquello del secreto de confesión. Si alguien no conoce del tema, Hitchcock lo contó maravillosamente en “Mi secreto me condena”.  

Es aquella situación donde lo que se dice en confesión a un sacerdote queda para siempre en secreto. Nadie nunca sabrá cual ha sido el pecado.

(Hay un dicho frecuente entre personas que se regodean en contar sus andanzas. Cuando son preguntados por el coprotagonista de la aventura responden: Se dice el pecado pero no el pecador.)

La idea, básicamente, es que aquello que se cuenta en confesión no sea de dominio público.

No fue así aquella noche de adoración en el seminario.

Había muchos sacerdotes que se retiraban de la actividad en las parroquias e iban a vivir sus últimos años al seminario, ya que allí había mucho espacio para que puedan ubicarse  y además podían colaborar en algunas tareas. Una de ellas eran las confesiones. Uno de aquellos adorables viejecitos era bastante sordo; así y todo “escuchaba” confesiones.

Nadie desde fuera, se supone, escucha lo que en aquellos simpáticos quiosquitos se dice. Pero, claro, en una situación como la que estamos describiendo, todos podían ver quién era el que estaba entrando a confesarse.



Aquella noche, en el silencio de la oración de los seminaristas, se escuchó, proveniente del confesionario donde estaba el anciano sacerdote algo sordo:

¿Cuántas veces? (silencio) ¿Cuántas veces? (casi gritando) ¡¡¡COCHINO!!!

(Si fuera una película el director haría un plano general mostrando todas las cabezas de los que estaban en el templo en aquel momento, girando al unísono hacia el lugar desde donde provenía el grito. Plano del confesionario sin ningún movimiento. Nuevo plano de todo el resto que no vuelve a girar la cabeza hacia el altar, a la espera que de allí salga el protagonista del episodio.)



2 comentarios:

Anónimo dijo...

yo digo que fueron dos, jaja

Jorge

Osofranco dijo...

Puede ser Jorge que hayan sido dos.

Después que publiqué el texto se me ocurrió que podría haber dejado una encuesta en el final, para ver que pensaban los lectores que haya sido lo que el penitente haya hecho a repetición:

A: Repetir el postre.
B: Masturbase.
C: Maldecir a los curas sordos.

Gracia spor pasar!