“El mundo está lleno de hijos de puta”
Fito
Páez
El
pibe de la tapa
Como ya conté en
este blog, en 2011, me reencontré con mis compañeros de la secundaria, a
quienes no veía hacía más de 30 años.
En cada uno de
esos encuentros recorremos diversos temas, sin orden alguno, del presente y de
nuestro pasado, a veces común, otras no. Ineludible el hecho de que todos
pasamos la adolescencia entre curas y dictadores.
En una de esas
charlas surgió el recuerdo del día que el padre Murad, uno de los curas del
colegio, apareció en nuestro establecimiento acompañado de uno de los generales
que fuera presidente de facto de la Argentina. “¿Te acordás?” me pregunta
Cotorra. “No, debe haber sido el año que yo ya no estaba, cuando me fui al
seminario”, le respondo.
Siguieron algunas
historias de la dictadura. Cuando los milicos nos paraban por la calle para pedirnos
los documentos de identidad. O cuando Diuk la pasó mal en la universidad al
final de la dictadura. Y aquella vez que nos hicieron abrir los bolsos donde
llevábamos los infaltables log plays que escuchábamos devotamente en aquellos
años.
Entonces yo me
acordé de algo que hacía años no afloraba a mi nivel consciente y quería saber
si ellos lo recordaban. Conté:
“Era el invierno
del 76, inicio de la dictadura, y una noche mi viejo no volvió a casa. A la
mañana, mi vieja nos despierta para ir al colegio y salimos. Yo llegué tarde,
como me pasaba seguido. En esas ocasiones nos hacían esperar fuera de los
corredores donde cada mañana formábamos para la oración inicial. Pero el lugar
donde esperábamos para recibir la media falta permitía oír al cura que presidía
la oración de cada mañana.
Ese día, el cura
antes de rezar, pidió por mi viejo. Y yo no entendía nada.
Cuando regresé a
casa mi viejo ya había aparecido. Mi vieja nos dijo, a mis hermanos y a
mí, que había estado en una comisaría,
que mientras esperaba el colectivo para volver a casa un camión del ejército se
había llevado a todos los que estaban en la parada y los habían tenido una
noche demorados. Y de eso no se habló más.”
Algunos
comentaron que lo recordaban vagamente, otros, no lo recordaban para nada.
Cuando volví a
ver a mi madre le pregunté, después de 35 años, qué había pasado aquella vez.
Me contó que muy temprano aquella mañana había llamado a un cura de la catedral
que, se sabía, tenía muchas conexiones para ver si podía averiguar algo. Es que
ya había sucedido algo similar con otro hombre que iba a nuestra misma iglesia
los domingos –y era sindicalista en su fábrica- y el monseñor lo había hecho
aparecer. Pero esta vez dijo que no sabía nada. En su angustia mamá llamó a los
curas del colegio al que yo asistía (así es como ellos se habían enterado e
incluido a mi viejo en la oración de la mañana). Y esta vez hubo suerte.
Antes del
mediodía, el padre Murad, el que se había aparecido en el colegio con uno de
los dictadores, apareció esta vez en mi casa y con mi viejo sano y salvo. Había
tocado algunos de sus contactos.
***
Por si alguno se
quedó esperando la parte en que los curas no cumplen con el celibato, en esa
misma congregación y en esos mismos años se formaba el que luego sería el tristemente
célebre padre Julio César Grassi.
6 comentarios:
que datito de color el ultimo! que bueno que hubo un final feliz. abrazo.
Sí, el mundo está lleno de hijos de puta. Sí.
Analía
Sí Jorge, todo un dato.
Y el final feliz dejó un sabor amargo.
Pienso en cuántos padres mandan sus hijos a colegios religiosos pensando que les darán una mejor educación y resulta que son los cómplices de los mayores horrores de nuestra historia.
Y cuna de algunos monstruos.
Abrazo!
Sí, Analía.
Triste pero verdadero.
Beso!
hahhahhha como siempre
Alfo
Sí, es así Alfo.
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