martes, 20 de octubre de 2009

La cotidianidad de tus putitos

- No Nene, no me doy cuenta quién es.
- Mi amiga, la que me insistía que tenía que escribir mis anécdotas. Te la nombré un montón de veces.
- Ah! La que te decía que siempre eras primer violín de orquesta, siempre llamando la atención.
- No, esa es Alejandra. Ella también me alentó a escribir. Pero cuando le pasé el libro me dijo que la había entristecido un montón leer por todo lo que me había tocado pasar. Pero no. No es Ale. La Tere es la que me decía, cuando yo me deliraba mucho en pormenores al contar una anécdota, “dejá los detalles, andá al nudo de la historia, a lo jugoso”.
- Sí, ahora me acuerdo. Y ella fue la te dijo eso. ¡Qué guacha!
- Yo le había pasado unos textos y al leerlos me dice que le gusta como estoy escribiendo, y que se había cagado de risa con la cotidianidad de la acción de mis putitos. Sí, es guacha. Y la quiero también por eso. Pero lo que me llamó la atención es como cada uno ve algo diferente. Yo escribí mis historias pensando que podrían ser divertidas y a Ale la entristecieron. Los textos donde trato de dejar comentarios de situaciones problemáticas o lo que sea, a la Tere le dan risa.
- Y sí Nene. Es como esa frase que usás vos todo el tiempo. Mirá ya me la aprendí: todo se recibe con la forma del recipiente.
- Guau. No me cites, que me la creo.
- No bolas, la frase cae justo. Y no es tuya.
- Cierto. Yo la robé de un profesor del seminario. Je.
- Te cambio de tema. No me contaste nada de Córdoba. ¿Cómo les fue?
- Muy bien. Raul estaba muy entusiasmado. Yo ya estoy un poco aburrido, hace años que vamos y hacemos más o menos lo mismo cada año. Fuimos unos cuantos. Y ahora que me preguntás, sí, hubo algo diferente. Hablando de lo que cada uno ve. Cuando llegamos al hotel, a eso de las ocho de la mañana, los micros estacionaron en la verada de enfrente. Imaginate ochenta putos, la mayoría gordos, bajando de los micros con bolsos enormes y algunos con unas valijas que parecía que en vez de tres días, iban a pasar un mes en Córdoba, cruzando la calle, enfilando para el hotel. En el lobby del hotel nos esperaban el Marce y el Koala, dos socios del club que son de ahí. Yo no me di cuenta, pero Raul me dice que era muy gracioso ver como todos pasábamos en fila y saludábamos con un beso a cada uno de los que nos recibían. Muchos con besos en la mejilla y otros con piquitos.
- ¿Qué tiene de raro?
- Esperá ansioso. Era la hora del desayuno y ese hotel tiene el lobby integrado al desayunador. El lugar estaba lleno. Había, entre otros, como veinte tipos altos y flacos, en ropa deportiva, un equipo de básquet o vóley, seguro. Yo ni me di cuenta, vos sabés, si no son gordos imponentes es igual que si fueran invisibles. La cosa es que Raul me dice que la cara de todos, pero en particular de estos deportistas que estaban ahí, era de no poder salir de su asombro. Con el maxilar inferior por el piso y los ojos como dos huevos fritos. Nosotros –al menos yo-ni los registramos, pero ellos sí. Y es evidente que les resultamos llamativos porque no dejaban de mirarnos.
- Y eso que no los vieron comiendo.
- Nos vieron. La mañana que llegamos de la fiesta. Bajamos del micro a eso de las siete y en bandada avanzamos sobre el desayuno. Ahí eran los empleados los que no salían de su asombro.
- Me imagino. ¿Vas a ir a la fiesta?
- ¿La del aniversario?
- Sí.
- Seguro.
- Yo no sé.
- Dale, va a estar buena.
- Dejámelo pensar. Bueno Nene, me voy a dormir. Mañana te llamo. ¿Vamos al cine?
- Dale. Espero tu llamado. Beso.

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