Hace algunos años, poco después de haber llegado a vivir a la ciudad de Rio, en una fiesta de Osos me encuentro con dos amigos, P. y J., que a su vez me presentan a un amigo de ellos, R. Con la falta de discreción que me caracteriza -cuando de admirar redondeces se trata- me quedé mirando al gordo que acababa de conocer con los ojos como el dos de oro. P. –gordito y amante de gordos también él-, discretamente, me dice al oído: “no te ilusiones, solo le gustan los flaquitos, jovencitos y un poco afeminados.”
Pero los lectores
de este blog me conocen. Eso no iba a ser un impedimento para que no lo persiga
toda la fiesta. Y como no apareció aquel “flaquito, jovencito y algo afeminado”,
terminamos la noche de la mejor manera. En casa, claro.
Cuando estábamos
los dos boca arriba, lado a lado, en la cama, descansando después del primer
round, me vino a la memoria la imagen de una película que había visto hacía
poco. En el inicio de Bear City el protagonista sueña que tiene sexo con Papá
Noel. Y yo, alucinando que ese gordito, de pelo y barba blanca, parecía un Papá
Noel, no pude disimular una sonrisa al imaginar que había cumplido mi fantasía
desde hacía muchos años.
Él se dio cuenta y
me preguntó qué era lo gracioso. Y le di un resumen: “por un momento imaginé
que estaba en la cama con Papá Noel”. Y largué una carcajada.
Se puso serio. Se
incorporó parcialmente sobre uno de sus brazos y me dijo. “Yo soy Papá Noel”.
Pensé que también se reiría pero se quedó serio. Esperó que termine de reírme y
repitió. Yo soy Papá Noel. Ahí me agarró un poco de “miedito”. ¿Estaría medio
loco? Mis amigos no me habían dicho nada.
Finalmente
aclaró. “Hace años que trabajo como Papá Noel para la época de navidad. Ahora estoy
con la barba corta porque recién terminó la temporada, pero si me ves cerca de
diciembre, no vas a tener dudas.”
“Te creo,
totalmente” le dije. “Esperá”. Fui a revolver cajones y encontré un gorro de
esos rojos con pompón blanco que se reparten para fin de año. “Poneteló.” Sin
decir nada, obedeció. “Ahora vamos a cumplir mi fantasía”.
Cuando nos
volvimos a encontrar, me dice: “Ya está abierta la inscripción para la escuelita
de Papá Noel. Anotate y vamos juntos.” A hace altura yo ya sabía que no era
chiste. Agradecí su buena intención, pero no me anoté. Hace un mes recibo un
llamado de mi Papá Noel privado. “¿Cómo está esa barba?” “Bien.” “Ya está
abierta una vez más la inscripción para la escuelita de Papá Noel” Ya era el
tercer año que intentaba convencerme. Para darle el gusto (y para seguir
viéndolo…) me anoté.
Al llegar a la primera clase me vi mezclado entre un montón de hombres panzones, de barbas blancas y sonrisas paternales. En cada silla había esperándonos un gorrito típico y allí estábamos, unos 40 hombres maduros, medio disfrazados de un personaje de ficción creado por el cristianismo, dispuestos a tener clases… Me acordé de mis amigos drogones y creí sospechar que ya no necesitaría probar sustancia alguna para alucinar.
A poco de
iniciarse la actividad, sin embargo, comenzó la verdadera experiencia
cristiano-lisérgica. A cada cosa que decía el coordinador, el animado grupo, en
lugar de responder con aplausos o algo parecido, respondía con un “¡Ho, ho, ho!”
Casi largo la carcajada, pero me contuve. Es que quería seguir poder
asistiendo, porque mi amigo me contó que el día de la prueba de trajes rojos y
blancos característicos, los simpáticos barbados quedan en ropa interior
buscando el traje que sea de su talle. (Los lectores de este blog que pensaron
que este es el real motivo por el que me anoté en el curso, acertaron.)
Después de las
palabras iniciales, tomaron lista como en la escuela. Pero en lugar de
responder “presente”, los mencionados respondían con un sonoro “Ho, ho, ho”. Y
no solo eso: cada uno trataba de darle una entonación personalizada. Ahí ya me
costó contener la risa. El efecto que me producía la situación era el mismo que
si me hubiera fumado un buen porro.
Antes de salir
nos entregaron el cronograma de las siguientes clases. En la próxima: prueba de
vestuario. Cuando el despedirme me preguntaron si volvería la siguiente semana respondí
(tratando de ocultar mis colmillos que crecían, insaciables): “Seguro, cómo no
voy a venir”.
2 comentarios:
Me imagino que te faltó poner To Be Continued...
Jajajaja Seguro.
;)
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