martes, 15 de octubre de 2013

Experiencia cristiano-lisérgica

Tengo algunos amigos que han hecho su experiencia lisérgica. En varias oportunidades les manifesté mi intención de probar. “Sí, seguro, la próxima te avisamos”. Dijeron. Y todavía estoy esperando.
 
Hace algunos años, poco después de haber llegado a vivir a la ciudad de Rio, en una fiesta de Osos me encuentro con dos amigos, P. y J., que a su vez me presentan a un amigo de ellos, R. Con la falta de discreción que me caracteriza -cuando de admirar redondeces se trata- me quedé mirando al gordo que acababa de conocer con los ojos como el dos de oro. P. –gordito y amante de gordos también él-, discretamente, me dice al oído: “no te ilusiones, solo le gustan los flaquitos, jovencitos y un poco afeminados.”

Pero los lectores de este blog me conocen. Eso no iba a ser un impedimento para que no lo persiga toda la fiesta. Y como no apareció aquel “flaquito, jovencito y algo afeminado”, terminamos la noche de la mejor manera. En casa, claro.

Cuando estábamos los dos boca arriba, lado a lado, en la cama, descansando después del primer round, me vino a la memoria la imagen de una película que había visto hacía poco. En el inicio de Bear City el protagonista sueña que tiene sexo con Papá Noel. Y yo, alucinando que ese gordito, de pelo y barba blanca, parecía un Papá Noel, no pude disimular una sonrisa al imaginar que había cumplido mi fantasía desde hacía muchos años.

Él se dio cuenta y me preguntó qué era lo gracioso. Y le di un resumen: “por un momento imaginé que estaba en la cama con Papá Noel”. Y largué una carcajada.

Se puso serio. Se incorporó parcialmente sobre uno de sus brazos y me dijo. “Yo soy Papá Noel”. Pensé que también se reiría pero se quedó serio. Esperó que termine de reírme y repitió. Yo soy Papá Noel. Ahí me agarró un poco de “miedito”. ¿Estaría medio loco? Mis amigos no me habían dicho nada.

Finalmente aclaró. “Hace años que trabajo como Papá Noel para la época de navidad. Ahora estoy con la barba corta porque recién terminó la temporada, pero si me ves cerca de diciembre, no vas a tener dudas.”

“Te creo, totalmente” le dije. “Esperá”. Fui a revolver cajones y encontré un gorro de esos rojos con pompón blanco que se reparten para fin de año. “Poneteló.” Sin decir nada, obedeció. “Ahora vamos a cumplir mi fantasía”.

 


Cuando nos volvimos a encontrar, me dice: “Ya está abierta la inscripción para la escuelita de Papá Noel. Anotate y vamos juntos.” A hace altura yo ya sabía que no era chiste. Agradecí su buena intención, pero no me anoté. Hace un mes recibo un llamado de mi Papá Noel privado. “¿Cómo está esa barba?” “Bien.” “Ya está abierta una vez más la inscripción para la escuelita de Papá Noel” Ya era el tercer año que intentaba convencerme. Para darle el gusto (y para seguir viéndolo…) me anoté.


Al llegar a la primera clase me vi mezclado entre un montón de hombres panzones, de barbas blancas y sonrisas paternales. En cada silla había esperándonos un gorrito típico y allí estábamos, unos 40 hombres maduros, medio disfrazados de un personaje de ficción creado por el cristianismo, dispuestos a tener clases… Me acordé de mis amigos drogones y creí sospechar que ya no necesitaría probar sustancia alguna para alucinar.

A poco de iniciarse la actividad, sin embargo, comenzó la verdadera experiencia cristiano-lisérgica. A cada cosa que decía el coordinador, el animado grupo, en lugar de responder con aplausos o algo parecido, respondía con un “¡Ho, ho, ho!” Casi largo la carcajada, pero me contuve. Es que quería seguir poder asistiendo, porque mi amigo me contó que el día de la prueba de trajes rojos y blancos característicos, los simpáticos barbados quedan en ropa interior buscando el traje que sea de su talle. (Los lectores de este blog que pensaron que este es el real motivo por el que me anoté en el curso, acertaron.)

Después de las palabras iniciales, tomaron lista como en la escuela. Pero en lugar de responder “presente”, los mencionados respondían con un sonoro “Ho, ho, ho”. Y no solo eso: cada uno trataba de darle una entonación personalizada. Ahí ya me costó contener la risa. El efecto que me producía la situación era el mismo que si me hubiera fumado un buen porro.

Antes de salir nos entregaron el cronograma de las siguientes clases. En la próxima: prueba de vestuario. Cuando el despedirme me preguntaron si volvería la siguiente semana respondí (tratando de ocultar mis colmillos que crecían, insaciables): “Seguro, cómo no voy a venir”.



 

2 comentarios:

Peto Menagem dijo...

Me imagino que te faltó poner To Be Continued...

Osofranco dijo...

Jajajaja Seguro.

;)