lunes, 9 de septiembre de 2013

Una con final feliz

Un lector habitual de este blog, al leer la anterior publicación, comentó que le había gustado pero que le gustaban más las que tenían un final feliz.
 
Busqué en mi memoria y allí estaba la historia.
 
Hace algunos años, cuando aún vivía en Buenos Aires, una noche, cerca de la una de la mañana, suena mi teléfono. Yo dormía y con voz pastosa respondí. “Hola, ¿Franco?” “Sí.” Dije sin poder despertarme del todo. “Soy Edgardo”. “Edgardo. ¡Qué sorpresa!”
 
Edgardo es uno de esos gordos lindos que de solo verlos se te hace agua la boca. Habíamos tenido un encuentro apasionado y luego él se había puesto en pareja. Yo le seguía haciendo insinuaciones para reincidir, pero él se mantenía incorruptible en su relación monogámica.
 
“Disculpame. Dormías. Me dijo Diego que te podía llamara a esta hora, que seguro estarías escribiendo el libro.” “Hoy justo me vino el sueño temprano y me había dormido hacía media hora. Pero decime. ¿Te puedo ayudar en algo?” “La verdad, sí. ¿Puedo pasar por tu casa ahora? Llego en veinte minutos. Estoy angustiado y no tengo nadie con quien hablar.” “Sí, claro. Te espero.” Respondí y me volví a dormir.
 
Media hora después sonó el timbre. Me puse algo y bajé  a abrir. Cuando salíamos del ascensor no pude dejar de mirarle el culo.

 
Una vez en mi departamento nos sentamos junto a la mesa de la cocina y sin preámbulos me largó una catarata de lamentaciones que involucraban principalmente a su pareja. Yo seguía medio dormido y decidí interrumpirlo para ver si conseguía despertarme. “Vamos por partes. ¿Querés tomar algo? Así te tranquilizás un poco.” Aceptó té. Y siguió su monólogo.

El nudo era que: su pareja le había afirmado que era versátil y en realidad era solo pasivo. “Pero para descubrir eso no necesitabas tres años de relación; la primera noche te das cuenta, ¿no?” Le largué sin anestesia. “Es que esa primera vez el me dijo que estaba nervioso. Después que tenía un problema con el  prepucio. Después que la medicación por la presión alta no le permitía una buena erección. Y siempre repetía que cuando estuviera bien me iba  a mostrar cuánto deseaba penetrarme. Y ya son tres años que tengo que hacer de activo.”

Mientras lo miraba tomar su té me acordaba de las barbaridades que decía Humberto Tortonese en el programa de la Negra Vernaci. “Y, lo que pasa que cuando el culo te pide, el culo te pide. Y no hay nada que hacer.” Repetía Tortonese.
 
“¿Qué querés hacer? Son las dos y media. ¿Vas a volver a tu casa?” “No.” Me respondió.  Lo voy a dejar solo unas cuantas horas para que sepa lo que se pierde.” “¿Y qué vas a hacer?” Dije pensando que yo tenía sueño. “¿Me puedo quedar acá?” “Claro. Pero yo quisiera acostarme, porque estoy con bastante sueño”. “Está bien.”
 
Él sabía que yo tenía solo mi cama para ofrecerle. Pidió permiso y pasó al baño. Luego fue mi turno. Cuando llegué al dormitorio él ya estaba en la cama. Se podía ver todo su torso desnudo y la insinuante barriga al aire; la sábana lo cubría de la cintura para abajo. Me desvestí, dejándome solo el bóxer y me acosté. Acerqué mi cara a la suya, diciendo: “Un beso de buenas noches. Que descanses.” Y allí comenzó el final feliz.

Besos ardientes. Caricias insolentes. Abrazos indecentes. Manos atrevidas palpando todo a su paso. Bocas hambrientas comiendo cuanta parte corporal quisiera entrar en ellas. Lenguas imprudentes ingresando en territorios exóticos. “Despacio.” Fue lo único que dijo mientras lo penetraba.

Antes de dormirnos dijo que se iría temprano para evitar que su pareja comenzara a buscarlo por los hospitales y comisarías. Junto con la llegada de las primeras luces de la mañana escuché que se movía en la cama. Lo aprisioné antes de que se bajara y tuvimos el segundo final feliz.

Lo seguí viendo durante años. Él siempre junto con su pareja. En público siempre nos tratamos como dos antiguos amigos. Cada tanto sonaba mi teléfono en horas impropias y recorríamos nuestro conocido camino hacia los finales felices.

10 comentarios:

Peto Menagem dijo...

Grande Franco, sos un genio!

Osofranco dijo...

Gracias Peto.
Fue tu comentário en el post anterior que me moticó este.
Así que tenés una cuota de participación.
Date por aludido cuando hablo del lector.

Abrazo!

Jorge dijo...

jajaja que capo que es Torto realmente, y que buena "pluma" tenes Franco para graficar situaciones, siempre que veo una entrada nueva en el blog no puedo hacer menos que leerlo...Felicitaciones, abrazo.

Jorge dijo...

Que idolo es ese Torto!!!
Y vos tambien Franco, cuando veo una nueva entrada en tu blog no puedo hacer menos que leerte, graficas tan vividamente las situaciones que es como si las viviera uno... o sera que uno vivio tantas que siempre hay una en "random"· dando vueltas que cuadra con alguna de las tuyas...jeje. Felicitacions, abrazo.

el osculador dijo...

Bien, Franco. Excitante historia. Tienes mucha destreza para las anécdotas. Disfruto de los detalles, las descripciones. Espero que sigas publicando más. Y gracias por volver a postear. Saludos y abrazos.

Osofranco dijo...

Muchas gracias Jorge por tu comentario.

Y sí, Tortonese es un ídolo.
Yo, apenas cuento cosas.

Gracias y abrazos.

Osofranco dijo...

Muchas gracias Señor Osculador!

Algún día voy a escribir una historia para que su pluma la dibuje!

Gracias por estar siempre.

Abrazo enorme!

Osofranco dijo...

Aviso:

Como veo que Jorge dejó dos veces su mensaje, reitero que debo moderar los comentários porque hay un indeseable que se mete a insultar a todos e intento evitar ese mal momento al resto de los lectores.

Sepan desculpar las demoras en la aparición de los comentarios.

Saludos.
Franco

Ozcar Mahetxa dijo...



Esos finales felices que nos encantan... por qué será que esos osos prohibidos son los que más nos encienden?

Osofranco dijo...

Gracias Ozcar.

Será el gusto por lo prohibido?

Abrazo.