Es muy probable
que la mayoría de aquellos muchachos ni imaginaran los servicios que aquel
Hotel brindaba cuando llegaban hasta él, desde la periferia o desde otras
localidades o para pasar unos días en la playa. Aunque también sospecho que -algunos,
varios, muchos- llegaban por ese boca a boca que tan bien sirve para
desparramar ese tipo de noticias.
Pero vayamos
desde el comienzo.
Fue Rubén quien
me llevó a ese hotel, pero por otros motivos. Rubén, algunos años mayor que yo,
conservaba un par de amigos de sus años mozos, cuando los tres no contaban más de 17 o 18 años. Los tres eran de la zona sur
del gran Buenos Aires y se conocieron en aquellos pocos territorios de búsqueda
al que la época los empujaba: los baños públicos, las estaciones de tren, la
calle... Siguiendo la moda de la época, comienzo de los años 60, los tres
adoptaron nombres femeninos, eran: la Pocha, la Tota y la Porota.
Atravesaron la
juventud juntos. Haciendo levantes callejeros, compartiendo fiestas, alegrías y
tristezas. Y con el tiempo se fueron perdiendo por el camino.
Varias décadas
después se reencontraron. Fue cuando la Pocha le contó a la Tota que la Porota
administraba un hotel en una ciudad balnearia.
Hacia allá fuimos
con Rubén, a pasar un fin de semana largo. El dueño del Hotel era, además, ese
tipo de hombre que te deja sin aliento cuando lo ves de repente: alto, ancho de
espaldas, con una panza que invita a zambullirse en ella sin salvavidas, redondo
por donde lo mires, abundante pelo negro apenas salpicado por hilos grises y un
bigote de mexicano machote que intimida. Una especie de
Sancho Panza de la costa argentina.
Yo miraba, un
tanto sorprendido, el movimiento de aquel particular espacio y, cuando pude, le
pregunté a Rubén por los muchachos (jóvenes, buenos físicos, bronceados) que
pasaban siempre hacia el piso superior.
Rubén, con aquella sonrisa que se le escapaba de los ojos cuando quería
ser malo, me responde: van al sector VIP.
Me quedé con eso.
Imaginando.
Cuando quedamos a
solas Rubén me cuenta el secreto. “Esos chicos son los que vienen a disfrutar
del servicio “TRES C” que se ofrece en este Hotel.” Esperé la aclaración que no
llegaba. Y yo estaba seguro que tres estrellas aquel hotel no era ni de lejos…
Derrotado por el
silencio malicioso de Rubén, pregunto: “¿En qué consiste el servicio TRES C?”
Rubén, satisfecho de poder contar el chiste, me responde: “Todos esos
muchachitos que se hospedan en el piso superior del Hotel reciben el servicio
VIP del dueño del lugar: Cama, Comida y Culo.”
1 comentario:
Disculpen los que habitualmente comentan por aquí.
Tengo que volver a moderar los comentarios, porque el enfermo que no deja de molestar desde hace tres años, ahora firma con los nombres de otros lectores.
Los comentarios que tengan que ver con el blog, serán publicados.
Gracias por entender, saludos.
Franco
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