Cuando te prendés
un porro en Rio estás prendiendo
mucho más que un rato de diversión.
Todo el mundo
conoce - por las noticias, por el cine o por comentarios de quienes pasaron por
la ciudad -, la violencia que el tráfico genera en los puntos donde se ha
establecido con intención de quedarse.
En este contexto,
salir a buscar porro en Rio, aparece
como una tarea no muy aconsejable.
Irresponsabilidad
Cuando me vine a
vivir a Rio de Janeiro, hace poco más
de dos años, la mayoría de las comunicaciones con mis amigos de Argentina
terminaban siempre igual (o parecido):
- ¡Qué bueno gordo!
¡Ahora ya tenemos casa donde parar cuando vayamos de vacaciones a Rio!
Y lo que sonaba a
chiste, era en realidad una firme promesa que se fue cumpliendo poco a poco. A
meses de estar instalado aquí, los primeros en
llegar de visita fueron Juan y Mariano. En las charlas previas Juan ya me había
consultado, con bastante anticipación e interés, si se podía conseguir “algo
rico” para fumar. Yo no sabía lo que sé hoy sobre esta ciudad y, con la
impunidad que da la ignorancia, le respondí que seguro algo íbamos a encontrar.
Existe la falsa
idea que en Brasil todo es alegría. Es posible que la imagen del carnaval,
mundialmente difundida, ayude a crear ese mito. Y también se cree que en esa
alegría todo está permitido. Falso.
La primera noche
arrancamos para el barrio de Lapa.
Lapa, pegado al centro histórico de Rio,
es la zona más de moda de la ciudad, con numerosos bares, restaurants, hoteles,
boliches, casas de espectáculos, teatros. Lapa fue el barrio de la bohemia por
excelencia en distintos momentos de la historia carioca. Ya en los años 20 era
el lugar preferido tanto de Noel Rosa,
uno de los mayores creadores de música popular brasilera, como de Madame Satã, un transformista que hacía
shows en los cabarets de aquellos años y aterrorizaba las calles con su
violencia antológica. Con el paso del tiempo el ámbito predilecto de los bohemios
cayó en decadencia y durante décadas fue un peligroso territorio de malandras.
Hace poco más de diez años Lapa
volvió a ser aquel lugar que solía ser: de visita casi obligatoria para
turistas y de encuentro para los lugareños.
Yo aún hablaba
muy poco -y mal- el portugués y mis
amigos, nada absolutamente. Por la tarde habíamos constatado olor a porro en Copacabana cuando fuimos a hacer un rato
de playa y en el parque de Flamengo
durante el regreso a casa. Por la noche,
en las calles de Lapa, el mismo
perfume. Juan ya estaba más que ansioso:
- ¿Será que acá podremos conseguir algo? – Me
preguntó.
- Seguro, - respondí, sonando más confiado que
lo que en realidad estaba de tener éxito en la búsqueda.
- ¡Bien! ¡Porque todos están fumando menos
nosotros! – Enfatizó Juan, con cara de pocos amigos.
Entramos a uno de
los boliches, un antiguo caserón art decó de tres pisos. Pedimos algo para
tomar y nos quedamos en la barra de la planta baja. Dejamos pasar un tiempo que
entendimos era prudente. Entonces entramos en confianza con un cliente del
lugar que estaba sentado cerca nuestro también en la barra y, haciéndonos los
superados, después de admitir que éramos turistas –o casi, en mi caso-, le
preguntamos dónde podíamos comprar marihuana.
- Dieron con la
persona indicada. – A la distancia no sé si es eso lo que dijo exactamente,
pero fue lo que entendimos.
- ¿Seguro?
Buenísimo. – Nos salió casi a coro. – ¿Cómo hacemos?
- Acá no.
Antes de salir
del lugar nos había indicado que lo encontráramos en la calle. Ya en la vereda
preguntó:
- ¿Cuánto quieren
comprar?
- Para un par de
días. – Respondimos.
- Voy a ver cuánto
les consigo. – Dijo.
Al momento de irse nos
señaló la esquina más cercana donde lo teníamos que esperar. Fuimos hasta el
punto indicado y ahí nos quedamos. Llegó a los pocos minutos en un auto que
manejaba otro tipo. Se bajó y se levantó la remera, mostrándonos un arma que
llevaba en la cintura, sin decir nada, solo con el gesto, nos mandó subir al
auto. Ya con el vehículo en movimiento se identificaron los dos como policías –
mostrando una identificación difícil de ver claramente dentro del coche- y nos
informaron que estaban deteniéndonos.
Nuestro miedo –por lo que sabíamos de la
policía brasilera- era mayor que nuestro
esfuerzo por explicarles, en nuestro portuñol básico, que éramos turistas, que
no habíamos hecho nada, que no tenían pruebas, etc., etc. Nos pasearon un buen
rato por la noche carioca y en el recorrido pasamos varias veces por la puerta
de una comisaria.
- Acá van a pasar
la noche. - Era lo que entendíamos. O tal vez fuera lo que nos decían. – Y se
van a tener que fumar unos cuantos cigarros de carne, putitos.
Pero toda esa
puesta en escena nos dejó claro que no querían – o no podían- detenernos.
Nosotros sabíamos que no nos iban a dejar bajar si no hacíamos una contribución
voluntaria a la institución que ellos tan dignamente representaban.
- Seguro podemos
arreglar esto de alguna manera. – Afirmé finalmente en mi media lengua,
comprendida por todos los chantas del universo.
- Por supuesto. –
Fue todo lo que respondieron.
Hicimos una
vaquita entre los tres y le dejamos todo lo que teníamos. Nos bajaron en la
primera esquina amenazándonos para que no miremos hacia atrás mientras ellos se
alejaban. Obedecimos. Volvimos a casa a pie. Y sin porro.
Miedo
El periodista
brasilero Tim Lopes trabajaba para la
poderosa Rede Globo.
En el año 2002 intentó desentrañar algunos aspectos del submundo del tráfico y
las ramificaciones que lo unen a la policía y al poder político. Tim Lopes
desapareció el 2 de junio de 2002 y unos pocos restos de huesos de su cuerpo
carbonizado fueron encontrados en un cementerio clandestino el 5 de julio de
ese año. Se comprobó que era él por un examen de ADN. Tanto él como su
productora habían denunciado amenazas de muerte recibidas en el transcurso de
sus investigaciones y ni la policía ni la justicia hicieron nada al respecto.
Las investigaciones las estaban realizando en la Vila Cruzeiro del Complexo do
Alemã, en la zona norte de la ciudad de Rio.
La noche que el periodista desapareció llevaba una cámara oculta para hacer
imágenes dentro de un baile Funky
organizado por los traficantes de la zona. Tim Lopes había recibido información
que en aquellos bailes se vendían drogas abiertamente, y ese era el tema de su
actual reportaje. Una investigación anterior de Lopes, de 2001, sobre la venta
de drogas en otras favelas, había
dejado muy enojados a los traficantes. Cuando lo vieron en el baile, los jefes
del Comando Vermelho que contralaban
ese territorio, decidieron en el momento su ejecución. La autopsia sobre los
restos encontrados determinó que murió en las primeras 24 horas posteriores a
su desaparición.
Desde su libro Ciudade partida
el periodista Zuenir Ventura me
alertaba sobre otro peligro. Además de las traficantes existen las milicias,
por lo menos –según afirma el autor -, desde la década del 50. Las milicias no
solo controlan algunos de los morros y
favelas –aquellos donde consiguen derrotar a los traficantes-, sino que
también ejecutan a todos los que obstaculizan su accionar. Y son responsables
de varias matanzas, actuando como escuadrones de la muerte.
Cuando no mucho
después de la visita de Juan y Mariano recibí a mi segundo visitante de Buenos
Aires y éste me preguntó si era posible conseguir algo para fumar, yo ya
conocía la historia de Tim Lopes, la existencia de las milicias y ya había
paseado un rato en auto de noche, contra mi voluntad.
- Mirá, no es tan
sencillo. – Traté de disuadirlo.
- Pero yo vi un par
de películas brasileras y ahí lo muestran como algo de todos los días. Todo el
mundo compra. – Insistía él.
- Bueno, tampoco
hay que creer que es verdad todo lo que pasa en el cine. Además – argumenté,
contradiciendo lo que acababa de afirmar - en las películas ves como matan
gente en las favelas sin pensarlo dos veces.
- Eso es cierto.
- Ya te conté lo
que nos pasó hace apenas un par de meses cuando quisimos comprar.
- Bueno. Pero no
vamos a ir a buscar al mismo lugar.
- No. Claro.
- No importa. Mi
intuición me dice que no me voy a ir de acá sin fumarme un porro. Vas a ver que
algo vamos a conseguir. – Afirmaba él, con total convicción.
Una tarde, el día
anterior a la partida de mi amigo, fuimos de paseo hasta Copacabana. Aunque era
invierno el sol estaba agradable. Compramos dos aguas de coco y caminamos por
la orilla del mar. A la altura de la Praça
do Lido cruzamos la Avenida Atlântica
para recorrer una feria de artesanías. De entre la multitud de objetos que
había para llevarse de recuerdo, Alfredo, que así se llama mi amigo, eligió una
pipa artesanal que, por su tamaño, solo podía tener una utilidad: fumar porro
en pipa. Cuando la compra ya estaba concretada y estábamos pagando, el vendedor
puso sobre la mesa, junto con el vuelto, un pequeño paquetito y nos ofreció:
- 50 reales, - fue
lo único que nos dijo.
- ¿Viste? Yo tenía
razón. – Me desafiaba Alfredo todo contento: en voz alta y en castellano.
El precio era,
por lo menos, abusivo: lo que nos ofrecía alcanzaba solo para un finito y, al
cambio de ese momento, nos estaba cobrando unos 30 dólares. Pero ese no era el
mayor de los problemas. A menos de diez metros de donde estábamos, sobre la
misma vereda, había dos policías que conversaban entre ellos mientras mandaban
mensajes de texto por celular. Con cara de espanto le señalé a nuestro
artesano-dealer a los uniformados con la mirada y él, muy tranquilo, como si
estuviera fumado, me dijo:
- Está todo bien
amigo, yo ya arreglé con la cana, vos no tenés nada de qué preocuparte. Acá cuidamos al turista.
Alfredo, que al
ver a los policías se había quedado en silencio, me miraba suplicante. Pagando
muy caro, y con bastante miedo, nos fuimos silbando bajito. Volvimos a la playa
y rumbeamos hacia el sur. En Ipanema,
sobre la piedra de Arpoador, mientras
observábamos la puesta del sol por detrás del morro dos Dois Irmãos, estrenamos la pipa.
Confianza
Con el paso del
tiempo mi portugués mejoraba y las visitas de amigos se sucedían. Fue el turno
de Jorge de venir a pasar unos días en casa. El muy tonto eligió venir en
enero, ¡con el calor que hace por acá en esa fecha!
Para ampliar mi
pobre vocabulario y entender mejor el modo de hablar local, leí varios autores
brasileros, clásicos y contemporáneos. En la novela O Xangó de Baker Street el escritor, humorista, músico, actor
y presentador de televisión Jô Soares hace una parodia de las
novelas de Sherlock Holmes, ambientando el episodio en Rio de Janeiro en la
época del final del Imperio Brasilero (hacia 1886). En el transcurso de la
ficción, Sherlock - que sería recién un año más tarde un personaje de ficción-,
conoce una mulata impresionante de la que se enamora. Cuando están por comenzar
una noche romántica Holmes le pide que la disculpe un instante, que va a tomar
un poco de cocaína. La mulata le pregunta qué es la cocaína. Holmes le informa
que es un estimulante que le recomendó Freud. Ella, ofendida, pregunta una vez
más si necesita estimularse para estar con ella. El sagaz detective le dice que
no, pero que la toma por hábito. Entonces la mulata abre su diminuta cartera y
saca un paquetito de cigarros indios
y le dice que lo que ella le está ofreciendo es mucho mejor y además se puede
conseguir en cualquier farmacia. Holmes acepta, llena su pipa de marihuana (sin
saber qué era) y se la fuma toda. La mulata espera que la noche de amor
comience pero el inglés le dice que lo que tiene es hambre, si ella no le puede
conseguir algo dulce. La deliciosa morena va entonces hasta la cocina a buscar
algo de comer y el –aún no- famoso detective se queda dormido. A la mañana
siguiente Sherlock Holmes le cuenta el episodio a su compañero Watson y a sus
nuevos amigos de la aristocracia carioca que frecuentaba. Los personajes
locales le informan que esa planta era bien conocida en la ciudad y que el
mismo Dom Pedro II la cultivaba en su
jardín imperial.
De aquel 1886
reconstruido en la novela hasta el presente pasó mucha agua debajo del puente.
Pero las ganas de fumar son las mismas. Cuando Jorge estuvo de visita yo ya
conocía a Lucio quien compra su paquete de medio kilo de cannabis por internet, a una florista de la ciudad de Curitiba, en el sur del país y le llega
puntualmente a su casa por el correo oficial de la República Federativa do Brasil. Jorge también quería fumar, entonces
llamé a Lucio para comprarle un poco y, lamentablemente, no estaba en la
ciudad. Estaba en una misión en São Paulo
y no regresaba en por lo menos una semana. Lucio, que trabaja en la policía
civil, debía estar volado durante nuestra charla, porque, por teléfono, me
sugirió:
- Andá hasta mi
casa y pedile un poco a mi madre.
- ¿Te parece Lucio?
Veo que hago. Cualquier cosa te aviso.
Pero no me animé.
No por falta de ganas, sino porque la señora es algo particular; rara hasta
para quien escribe estas líneas.
Dona Maria Augusta, la madre de Lucio, es docente en historia del
arte y restauradora. Durante los terribles años de la dictadura brasilera,
junto con su marido, militar de izquierda (no saben qué raro para un argentino
tener que escribir “militar de izquierda”, pero acá, en esos años, existían),
utilizaron sus conexiones para ayudar a escapar del país a gran cantidad de
militantes contra la dictadura, fundamentalmente docentes y alumnos de la
universidad donde la señora daba clases. Todo ese valioso y riesgoso trabajo lo
hacía en medio de una nube de porro.
Una tarde en casa
de Lucio presencié lo impensable. A mí me gusta el porro, pero sin exagerar.
Lucio y su mamá exageran. Llevábamos horas de charla sobre historia del arte,
política, restauración de antigüedades, militancia y resistencia contra la
dictadura y porro continuo cuando un ruido apagado, suave, como de algo que cae
blandamente nos sorprendió. Dona Maria
Augusta tiene por mascota un papagayo de pecho rojo, muy común en la costa
del país desde Salvador da Bahia
hasta Rio Grande do Sul. El bicho de
estimación compartió con nosotros las largas horas de bate-papo y porro, y no lo soportó. Cayó. Cuando Dona Maria Augusta constató que el
animalito no estaba muerto sino desmayado y nos lo comunicó, a mí se me escapó
una risita. Después de un buen rato –o no, no me acuerdo bien- tuvimos que
esforzarnos para dejar la risa de lado y llamar al veterinario para ver cómo lo
reanimábamos al pobre bicho. La señora tuvo que llamar un taxi para que los
lleve – a ella y al papagayo- hasta la veterinaria para que atiendan al
intoxicado.
Desistí entonces
de ir a pedirle a la madre de Lucio. Es que sabía que la señora no nos iba a
querer cobrar y eso me incomodaba. Además yo ya conocía otras opciones. Era
hora de subir a comprar a la favela.
Aunque solo el 10 % de la superficie construida de la extensa ciudad de Rio de Janeiro es ocupada por favelas, quien vive en Rio, siempre vive cerca de una de ellas.
Yo vivo cerca de la Tavares Bastos
que fue una de las primeras en ser pacificadas (como la do Alemã lo fue en 2010) por la policía y por eso es una de las más
usadas en el cine de los últimos años cuando quieren mostrar esa realidad:
ofrece el escenario natural deseado y la seguridad de los policías militares
esperada.
- Hay que pasar al
Plan B. ¿Te animás a subir? - Le pregunté a Jorge.
- ¿A la favela?
Claro, parece divertida la aventura. ¿O no?
- ¿Divertida la
aventura? Es posible. Riesgosa también.
- ¿Pero no me decís
que está controlada por la policía hace años? – Insistía Jorge.
- Sí, pero eso no
garantiza nada.
- ¿Es como si en
Buenos Aires te metieras en la 1-11-14 a comprar faso sin conocer a nadie?
- Bueno. No tanto.
- ¿Vos tenés miedo
de subir? – Me desafió.
- Ni un poco. –
Mentí.
- Bueno. Entonces
subamos así tenemos una buena anécdota para contar.
Nos vestimos como
el común de los habitantes del barrio que íbamos a visitar –bermudas
estampadas, ojotas de dedo y remera - y
comenzamos a subir. Lo del camuflaje fue inútil. Parecía que teníamos un cartel
cada uno en la frente que decía con letras luminosas: “Turistas”.
La calle Tavares Bastos, que le da nombre a la
favela, comienza, en su continua subida, como un barrio común y corriente. Sus
primeros pobladores llegaron en el siglo XVIII y, de los tiempos en que el
barrio al que pertenece hacía parte de las zonas elegantes de la ciudad,
sobreviven aún algunos caserones, la mayoría en decadencia. La vista que se
tiene desde allí de la Baía de Guanabara
es envidiable. Después de unos quinientos metros de calle en ascenso, en la parte
más alta del morro, termina el barrio de clase media y comienza abruptamente la
favela. Fue poner un pie dentro del
territorio y ver como automáticamente una señora mayor que estaba parada en
medio de la calle nos sale al encuentro y nos pregunta:
- ¿Buscan algo?
- No. Nada en
particular. – Disimulé.
- Pero ustedes no
son de aquí. - La cara de turistas nos vendió rápido.
- No, tiene razón.
Pero solo estamos conociendo el barrio. - Dije: - Nos hablaron de un albergue
muy lindo que hay por acá.
- Ah. Sí, el albergue.
– Dijo la mujer con cara de no creernos nada. - Si precisan alguna otra cosa,
derecho por este callejón, casa 66. Es a la izquierda, una casa pintada de
verde.
No nos quedó más
remedio que agradecer y obedecer la directiva. Igual, para no mostrar desesperación,
en el camino paramos en un boteco,
uno de los tradicionales barcitos de paso, y pedimos unas caipirinhas, las saboreamos con calma y recién después seguimos
nuestro camino. Llegados a destino, el trámite fue de lo más sencillo. Además
el precio fue mucho más aceptable que el anterior: por 50 reales nos llevamos
unos 25 gramos. Joya.
Irresponsabilidad (sí, otra vez, ¿y qué?)
El episodio de la
novela de Jô Soares sonaba a
inventado. Pero no, en verdad no lo era, o no lo era tanto. Leyendo Casagrande & Senzala, de Gilberto Freyre, el principal tratado de
sociología de Brasil, en el capítulo IV, el autor relata que la maconha, fue introducida en el entonces
territorio colonial Brasilero por los
esclavos africanos, que llegaron desde mediados del siglo XVI -y por más de
trescientos años- a la costa de Bahia
y que en el siglo XIX ya habían extendido su uso como erva sagrada por todo el litoral brasilero, incluido Rio de Janeiro. Si el emperador la
cultivaba o no en su jardín, no lo pude
confirmar. Pero que desde 1560 en adelante se fuma baseado por estas latitudes está debidamente documentado.
Juan y Mariano
volvieron a visitarme una vez más con las ganas de fumar intactas. Junto con
ellos vinieron, también de vacaciones, Leo y Germán, que se hospedaron en un hostel a dos cuadras de casa. La fecha
elegida esta vez para la visita fue carnaval (¡otros tontos! Con las multitudes
que se desplazan por la ciudad en esos días, casi que no se puede disfrutar).
No tardó mucho en aparecer el tema recurrente en nuestra conversación.
- Esta vez va a ser
más sencillo. – Les anuncié, entusiasmado con mí progreso.
- Bárbaro. Casi que
estábamos decididos a no seguir intentándolo. – Comentó Juan y la
carcajada de todos se extendió un buen
rato.
- ¿Cuándo podemos
ir a buscar? - Preguntaron casi al unísono Leo y Germán.
- Ahora de noche no
es prudente. – Informé. – Mañana podemos subir.
Los cuatro
concordaron. Pero la excursión esta vez no fue fructífera. Nos informaron que
estaba complicado, que ese día no tenían y que había que esperar un poco, tal
vez un par de días. Volvimos de manos vacías. Pensé que esperarían, pero no.
Leo y Germán, que estaban un poco más ansiosos que el resto, a su regreso al hostel encararon a uno de los empleados
del lugar que hablaba espanhol y le
preguntaron, sin dar muchas vueltas, cómo podían conseguir porro esa misma
noche. El pibe, sin pestañar, a su vez les preguntó:
- ¿Cuánto quieren?
Leo, que ya tenía
la tabla de precios que yo le había anticipado, respondió:
- 25 gramos. - Y le puso en la mano un billete de 50 reais.
En no mucho más
que una hora el joven carioca volvió con la encomienda. Y se ganó una buena
propina. Claro.
Al día siguiente
el programa era ir a un bloco. Los
blocos son el carnaval popular. Fuera del sambódromo
y del carnaval oficial de las carrozas, las reinas, las baterias súper organizadas y la televisación. Allí están esas
inmensas mareas humanas que, en algunos casos, llegan al millón de personas,
donde se baila en las calles y se bebe desde muy temprano a la mañana hasta el
atardecer. Llegamos al que habíamos elegido, en el barrio de Botafogo, cerca del Cristo Redentor,
bien temprano, antes de mediodía. En
medio de la multitud, mezclado con el olor a orina, el humo de los puestos de
comida y el sudor, se percibía nítido el perfume a faso. En minutos pasamos a
ser parte de la banda descontrolada.
Al anochecer, ya
más relajados, después de comer algo en el barcito de la esquina de casa, partimos todos en metrô hacia Lapa. Juan y
Mariano no estaban muy entusiasmados, Lapa
no les traía buenos recuerdos. Pero los tranquilicé con el argumento de que mi
año vivido en la ciudad, no había sido en vano.
- Es cuestión de
conocer el lugar justo. – Dije, haciéndome el conocedor.
- La vez anterior
también estaba todo bien y casi terminamos en cana. – Replicó agriamente
Mariano.
- Bueno, pero ahora
vas a ver que es diferente. – Iba a decirle: “Vos fumá”, pero me pareció un
chiste demasiado obvio.
Bajamos en la
estación Cinelandia y caminamos los
doscientos metros que nos separaban de nuestro destino. La principal
característica edilicia de Lapa son sus Arcos. Son su cartón postal. Los Arcos
son un antiguo acueducto construido durante el período colonial y considerado
la mayor obra que queda en pie de aquel período en la ciudad, y hoy sirve, en
su parte superior, de vía para el paso del bondinho,
un simpático tranvía utilizado tanto por turistas como por los vecinos del
barrio. Atravesando los Arcos, al nivel de la calle, se entra en la zona más
frecuentada y agitada del barrio. Y ahí está el secreto. No hay que seguir por
allí.
- Acá doblamos, -
anuncié parado en el Largo da Lapa, antes de cruzar los arcos.
- ¿No cruzamos? ¿La
mayoría va para allá?
- No. Acá hay que
doblar a la izquierda. - Y eso hicimos. Y en mi nuevo rol de guía turístico,
fui informando:- Tomamos por esta calle que se llama Joaquim Silva. Ahora tenemos que caminar unos ciento y pocos metros
hasta que lleguemos a la escalera multicolor, la escalera que sube al morro de
Santa Teresa. Ése es el lugar que buscamos.
Avanzamos. Mucha
gente por la calle. Mucho Bob Marley a todo volumen. También hay gran cantidad
de bares, restaurantes, hoteles. Igual que del otro lado de los Arcos, pero, en
algo, diferente. El aroma nos fue guiando. Al llegar al pie de la escalera, después
de ser abordados por media docena de chicos harapientos que nos pedían unas
monedas para comer un salgadinho, nos
esperaba una imagen alucinada. Todo el mundo fumando porro: algunos solos y otros
en grupos, los lugareños junto a los turistas, los jóvenes mezclados con los
que no lo eran tanto, los ricos y los pobres; como en una moderna Babel, pero a
la inversa. La policía daba vueltas por el lugar pero no molestaba. Y todos
creímos entonces – solo por ese rato - que estábamos en una Cidade Maravilhosa.
31 comentarios:
Me lo llevo para compartir en el círculo cannábico.
muy bien, con imagenes es otra cosa. felicitac
Gracias Chany!
Espero que la disfruten.
Besos!
Gracias Anónimo.
El texto es muy estenso y pensé que las imágens ayudarian.
Saludos.
Texto laaaaaargo. Pero valió la pena leerlo. Me gustó el texto y el blog también. Ernesto
Gracias Ernesto, me alegra que te haya gustado.
El texto es largo, sí. No es el formato habitual de este blog.
Es que este texto es el que envié a Revista Orsai. En la edición número 5 de esa revista salió una versión editada de este texto.
Por eso lo quise publicar entero aquí.
Saludos.
Me gustó leerte en la revista.
Muy bueno!
Saludos desde México.
Gracias Mariano.
Es un honor ser parte del Proyecto Orsai.
Y que me hayan publicado habla de la generosidad de quienes llevan adelante la Revista.
Abrazo!
Gracias Salvador!
Abrazos a México.
(Tengo una historia con un mexicano que hace un tiempo prometí contar y no cumplí).
Jajajaja, asi que empece a leer yo pensaba en Lucio y su madre. Yo amo los dos.
Guauuuuu, Franquito!!!!!
Qué experiencias!!!!
Nosotros estuvimos a punto de ir a Río en Noviembre pero me accidenté y suspendimos. Por ahí este año te vamos a visitar... Pero quedate tranqui que nosotros no te vamos a molestar con el cannabis jajajaja
Hola Marcos.
Qué bueno que te hay divertido.
Gracias por pasar y comentar.
Abrazo.
Huije querido!
Si vienen no dejen de avisar.
Será un placer enorme mostrarles la ciudad y toda su belleza.
Abrazo!
Gracias Rubén!
Es que a los que llegan de visita no se las cuento...
Para qué arruinarles el paseo.
Me alegra que te haya gustado el relato.
Fuerte abrazo!
El hecho de haber leído antes el fragmento ese que le podaste hizo que éste me pareciera una excursión por Disney World haha.
Y yo también quedé impregnado con la madre de Lucio; nos dejaste ensartados Frank asi que algún día nos contás algo más sobre ella, pinta zarpado personaje.
Bueno, te diré por última vez que me gusta leer este blog.
Y cosas... no sé, la marihuana... está lleno de expertos y personas que se desviven por estar fumados; me inflan un poco las bolas, todo bien, pero qué se yo... bdaa estoy re cascarrabia hoy.
Felicitaciones por el golazo de Orsai... ahah uno de los lectores de Orsai llamó la atención sobre tu apellido "Pastura", me hizo reir.
Abrazo de gol, Franz!
Diego.
Muchas gracias Diego.
La parte que le podé a la nota tiene que ver con que desde Orsai querían algo más divertido.
La madre de Lucio se lleva los mejores comentarios, sin dudas.
Leí en el blog de Orsai que se divertían con que mi apellido fuese pastura y las asociaciones que les permitía hacer.
Finalmente: estar en Orsai es un placer.
Abrazos!
Hola Gordis, tengo buenas nuevas para vos q sos mariquita estan dando cursos de costura, moda, maquillaje y corte y confecion gratis por web, despues te paso los enlaces, que dice la moda para este invierno? se usaran tonos pasteles?, besitos muacks :D
leete esta nota : http://www.sion.com/la-nacion/?_=IWV
Hay Gordito!! te extrañaba!! hacía tanto que no entraba y si supieras que sin conocerte varias veces pasas por mis pensamientos, será por que cuando estuve mal leerte me arrancó una sonrisa...
Confirmo la teoría que tengo que el hombre ideal es gay! te mando un beso grande.
Anónimo 1: hacéte ver pibe, estás mal de verdad.
Anónimo 2: no entendí el enlace. Era por el tema del bulyng?
Gracias María Cecilia.
Me intriga saber que "paso por tus pensamientos".
Ojalá siempre te pueda arrancar sonrisas.
Besos!
¿En qué anda el tío Frank? no me digan que está hibernando?! :P
Saludos, locura!
Diego
Ojalá pudiera hibernar!
Acá el invierno es un dulce recuerdo.
Aunque seguro alguno va a decir: vivís en Rio de Janeiro, de qué te quejás?
Me quejo del calor!
Gracias por preguntar.
En breve habrá nuevos textos Diego.
Abrazo!
A veces la naturaleza se equivoca y nacen aberraciones como vos, pero en las especies animales los padres matan a las criaturas defectuosas, es lo que se llama seleccion natural, la especie humana deberia hacer lo mismo, no crees? bueno para algo servis, para chupar pijas y hacerte garchar por el culo, pero eso no te convierte en un ser util a la sociedad,chau gordito maricon.
Hola Franco! extrañé no verte y me vine hasta acá; espero que tu ausencia no se deba a cobardes que se escudan en el anonimato de los comentarios, para molestar y jodernos!
Te mando un abrazo.
Lucía.
Pero ellos y ellas, los raros, los despreciados, están generando, ahora, algunas de las mejores noticias que nuestro tiempo transmite a la historia. Armados con la bandera del arcoiris, símbolo de la diversidad humana, ellas y ellos están volteando una de las más siniestras herencias del pasado. Los muros de la intolerancia empiezan a caer.
Esta afirmación de dignidad, que nos dignifica a todos, nace del coraje de ser diferentes y del orgullo de serlo.
Como canta Milton Nascimento: Cualquier manera de amor vale la pena, cualquier manera de amor vale amar.
Querida Lucía, gracias por tus hermosas palabras.
Los anónimos no me joden, tranquila. No los borro porque vuelven más furiosos. Y tampoco tengo ganas de poner moderación en los comentarios. Es lo que hay en la web: Gente hermosa que se preocupa por los amigos virtuales y pobre gente que necesita de la vida de los otros para justificar su existencia.
Así que en algún momento volveré con los textos y las visitas por los sitios amigos.
Me despido con un verso de una de Silvio Rodríguez: Hoy se que no hay nada imposible anoche supe la verdad creía mi alma inservible pero era cansancio vulgar nada mas.
Besos,
Franco
Otra vez Mono Casto se escapó de su jaulón... disculpe usted señor Pastura; no sabemos bien porqué razón siempre que sale viene por aqui; acaso usted le dé bananas maduras que son su debilidad :P
Saludos Franz!
Diego
Lucia no podes ser mas pelotuda porque te falta tiempo, la diversidad humana pasa por las diferentes etnias, no por las desviaciones sexuales y las parafilias encubiertas bajo un manto de normalidad que no es y ustedes bien lo saben, han destruido el significado de algo tan lindo como es el arco iris para apropiarselo y utilizarlo como emblema para sus siniestros propositos, en cuanto al gordo tengo que decir que pese a todo lo respeto ( en su persona, su forma de ser) no asi en su sexualidad equivocada, el hecho de no poner moderacion ni borrar los comentarios que no le son favorables habla de su bonhomía, eso hay que reconocerlo y es digno de emular, nosotros siempre lucharemos por una internet libre, sin censura ni proscripciones y en esa lucha gente como el gordo no deja de ser un aliado mas, sds
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Sandra.
Diego, en breve estaré de regreso.
Anónimo, sin comentarios...
Sandra, te respondí por mail. Gracias.
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