Merece ser un libro
Pasamos, sentados a la mesa de aquella pizzería, más de cuatro horas, unos relatando, otros escuchando. El tema: los años dorados de su vida gay en las calles de San Pablo – más anexos ineludibles- en el recuerdo de Carlos y Raul. Relato crudo, sin filtro, sin edición, sin juicio de valor. Con la urgencia de quienes sienten que todo tiempo pasado fue mejor, y se aferran a la memoria, a la nostalgia, sin intención de iluminar su presente. Solo recordar.
Los mozos, a esta altura de la noche, ya nos miraban con poca simpatía y cierta molestia, por el espacio que seguíamos ocupando a pesar de que hacía largas horas que ya no consumíamos más que alguna bebida esporádica.
Sugerí entonces que dejásemos el lugar. No solo por las miradas inquisidoras de los mozos, sino porque ya no había asentaderas que aguantaran más aquellas incómodas sillas –como las de todo lugar público que se precie de hacer rotar su clientela-; a lo largo de la noche ya habíamos intentado todas las posturas posibles para mitigar la dureza –no placentera- que recibían nuestras partes nobles.
Carlos –que no dejaba de reiterar su satisfacción por haber encontrado en Raul quien confirme sus anécdotas- insistió una vez más, como lo había hecho no pocas veces a lo largo de la charla de aquella noche, con la idea que todas esas historias merecían no morir en el olvido.
- Esto hay que escribirlo en un libro, para que se sepa que esa época existió y cómo fue. ¡Lo buena que fue! – Argumentaba.
Me quedo pensando ¿con qué objeto se debería escribir aquel libro? ¿Hacer tan solo una crónica? ¿Intentar un análisis de esas experiencias? ¿Buscar provocar algún tipo de reflexión? ¿Encararlo como un aprendizaje? ¿Establecer una búsqueda para comprender aquellas conductas en aquel contexto? ¿Argumentar qué pueden significar esa enorme cantidad de anécdotas? ¿Bosquejar un análisis sociológico de ese grupo tan heterogéneo y singular? ¿Preguntarnos qué nos dejaron esos años? ¿Ponerles nombre y apellido reales a todos aquellos personajes que el cine, el teatro, la literatura nos contaban que existían, con esas vidas obligatoriamente ocultas, a veces sórdidas, siempre sufrientes?
Personalmente me importa poco si se ponían lentejuelas en el culo, si eso los hacía felices. Me interesa entender qué significó ese gesto: el de querer conquistar una superficie de placer (no el de ponerse lentejuelas en el culo). ¿Valdrá la pena hacer una exégesis de esas historias o cada uno sacará sus propias conclusiones?
Me inquieta también esa necesidad de construir un permanente discurso en torno a lo genital, que ya anteriormente, tantas veces, en circunstancias similares, me había llamado la atención.
La respuesta a ese interrogante, a ese por qué, no era tan difícil. En el tiempo de las experiencias vividas estaba fuera de toda posibilidad verbalizar simplemente aquella experiencia. Ni en casa, ni en el trabajo, ni con los amigos (que no fueran los del ambiente). Solo entre pares - aunque hayan pasado más de veinticinco años-, se puede hablar sin tapujos de lo que es esencial. Sin necesidad de ocultar nada, ni de camuflar, ni de soslayar. Hablar de levantes, de tamaños de pijas, de pajas colectivas, de sexo grupal, de puterío simple y llano como un desahogo de tantos años de simulación.
Y estaba también esa necesidad, en el mantra de Carlos, de que esa memoria no se pierda. La voluntad de que aquel tiempo de encuentros -hechos posibles contra todo y contra todos-, y todo aquel sexo consumado, no se olvide.
Nos fuimos retirando de la pizzería muy lentamente, como queriendo prolongar el instante, un poco en silencio. Rumiando lo hablado y escuchado.
Quedaron las fotos de aquella cena. Y unas cuantas historias.
(Continuará)
3 comentarios:
que historia interesante. vamos a ver en que termina.
damián
Hola Damián!
Siguen las histrias que se contaron aquella noche.
Y algunas ideas al final.
Saludos,
Franco
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