De cines
En la punta
- En el cine Don José,- recuerda Carlos, - había uno que se sentaba siempre en la punta de alguna de las filas de butacas y no dejaba que nadie le saque ese lugar.
Es que muchos andaban casi desnudos por dentro del cine y él, que estaba siempre ahí, siempre en la punta de la fila de butacas, siempre con la boca abierta, listo para chupársela al pasar a todos los que circulaban por el pasillo con la pija afuera.
Había de todo. – avanza en el relato Carlos. – Los que simplemente se dejaban chupar y los que eran más groseros y le decían de todo, tipo, ‘chupá, puto’. Cada vez que le acababan en la boca, el tipo de la punta se limpiaba con un pañuelito, se ponía un refrescante bucal y se preparaba para atender al siguiente.
Luego se iba sacando la ropa, cuando se bajaba los pantalones quedaba con una bombachita minúscula. Y ahí se lo cojían en plena platea.
El cartero
-Uno de los personajes que se veía con frecuencia en el cine Ipiranga era un cartero, - comienza a contar Raul y casi no contiene la risa al recordar,- se lo podía identificar fácilmente porque siempre iba con su uniforme amarillo vivo, que lo hacía parecer un canarito. No había forma de no verlo dentro del cine.
Siempre llegaba, indefectiblemente, con su bolso al hombro, lleno de cartas. Se pasaba la tarde haciendo puterío y antes de irse iba hasta el baño, entraba en un box y separaba las cartas. Las que tenían franqueo simple las rasgaba, las hacía pedacitos y, sin importarle nada, indiferente a las consecuencias que le podría traer, las tiraba en el cesto de residuos antes de salir. Entonces, aliviado -con menos peso en el bolso, menos trabajo pendiente y habiéndose descargado sexualmente-, volvía a repartir las cartas certificadas, en lo que restaba de su tiempo de trabajo.
¡Aquí no se fuma!
-Otro que era un personaje maravilloso era el acomodador del cine Art Palácio, - sigue enumerando Raul.- Era una loquita vieja, muy vieja y bien femenina, con aquel uniforme todo feo y gastado, con unas charreteras doradas muy llamativas y destrozadas.
Durante las funciones recorría todo el interior del cine, iluminando las hileras de butacas, una por una, donde pasaba de todo. Y lo único que decía era: ‘Aquí está prohibido fumaaaaar’, sin importarle que la mayoría de los que estaban en las butacas estuvieran teniendo sexo de la manera que mejor les pareciera.
(Continuará)
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