A pesar que hace más de un año se anunció la creación del Archivo de la memoria de la comunidad LGBT, para conocer
la historia de los 400 homosexuales desaparecidos y negados por el libro Nunca
más, seguimos sin tener muchos datos.
La información de estos 400
desaparecidos, que estaba en pode de la CONADEP, no se incluyó en la redacción final del informe
por presión de la iglesia católica.
Este relato es un ejemplo de lo que
sucedía en aquellos años. Forma parte de un capítulo más extenso del libro “Gordo
puto, amén”.
... el amigo de Jorge “el Vasco”, tuvo peor suerte.
Jorge, maestro de profesión, es gay de toda la vida. En su juventud,
en 1977 al comienzo de la dictadura, no sabía muy bien dónde dirigirse para
conocer gente. Un día, el profesor de Educación Física de la escuela donde
trabajaba, con quien se entendía bien, le dijo que había bares en el centro
donde se podía conocer gente del ambiente. Quedaron para el sábado por la
noche. Jorge, que tenía un Citroën 3CV, pasó a buscar a su compañero de trabajo
por la casa a la hora pactada. Desde el oeste del gran Buenos Aires, viajaron
hasta un bar del centro, en Callao y Santa Fe. Al llegar, notaron que ese
sábado, cerca de las 22, mucha gente había tenido su misma idea, y no había
lugar para estacionar en la cuadra. Jorge le sugirió a su amigo que baje,
busque una mesa, mientras él iba a dejar el auto donde pudiera.
Infructuosamente deambuló por veinte minutos: ni un lugar en la zona. Volvió a
pasar por la puerta del bar para que su amigo notara que seguía buscando dónde
estacionar. Pero para sorpresa de Jorge, ahora su amigo se iba acompañado de un
hombre alto y delgado. Al verlo, su amigo le hizo una seña que no pudo
descifrar. Lo vio subirse a un auto particular, y partir. Bastante molesto,
Jorge siguió dando vueltas, hasta que pudo estacionar. Rumiaba maldiciones
contra el egoísmo de su amigo. Habían venido juntos hasta el centro, a un bar que
no conocían, y lo plantaba de esa manera tan insolente. De todos modos,
encontró lugar para su auto y se sentó en una mesa libre del bar. Tenía la
esperanza de conocer a alguien o de que su amigo volviera. Las horas pasaron, y
no sólo no tuvo suerte, sino que su amigo ya no regresó. Pagó su cuenta se
volvió solo hacia el oeste.
El día siguiente no pensó en su amigo. El lunes, Jorge notó que su
compañero de andanzas del sábado por la noche, no había ido a trabajar. Por la
noche, al llegar a su casa, recibió un llamado telefónico. Era la hermana de su
amigo que le preguntaba si sabía algo de su hermano. Respondió que no, que habían
salido juntos el sábado por la noche pero que desde entonces no lo había vuelto
a ver. No se animó a contar nada de lo que había sucedido esa noche en el bar.
Le prometió a la mujer que si sabía algo le avisaría y cortó. Preocupado quedó
pensando que podía haber sucedido. Al día siguiente, el profesor de Educación
Física, tampoco asistió a la escuela. El Vasco ya empezaba a estar asustado. Él
había visto como su amigo subía al auto de un desconocido y nunca más había
regresado. Pero no sabía qué hacer. En plena dictadura uno no podía ir así como
así a una comisaría a preguntar por una persona perdida. Tal vez le
responderían que estaba desaparecido, como respondía el mismo dictador Videla
ante cada consulta de paradero de una persona a la que no se podía hallar.
El miércoles por la noche sonó el timbre de la casa de Jorge. Era su
amigo, visiblemente desmejorado y con marcas, en principio, en la cara. Lo hizo
ingresar en la casa, y le preguntó que había pasado. El desaparecido contó que
una vez en el bar se sentó en una mesa libre y pidió un trago. Pocos minutos
después el hombre alto y delgado que Jorge había visto, le preguntó si podía
compartir la mesa. Hablaron unos breves minutos, en los que quedó claro que
podrían irse juntos para pasar la noche. Fue entonces cuando el desconocido
mostró la credencial policial y lo obligó a acompañarlo. Las señas que Jorge no
había entendido eran de auxilio. Al llegar al auto, donde esperaban otros dos
agentes de civil, lo obligó a subir y partieron rumbo al sur del Gran Buenos
Aires. Le contó el secuestrado a Jorge, pero su amigo no sabía donde lo
tuvieron. Lo torturaron y lo amenazaron con matarlo si seguía buscando otros
hombres para tener sexo. Ese miércoles por la noche lo habían soltado cerca de
la estación de Lanús. Y al primer lugar que pensó en ir fue a la casa de su
compañero de trabajo.