lunes, 11 de abril de 2011

Baños, cines, saunas, estadios. (Parte veintidós)

¡Fue falta!

-Una vez, yo estaba con unas locas amigas, en uno de los cines del centro. – Sigue Carlos su relato. - Como sabían que ese día había partido en el estadio al que yo asistía y que, por lo que yo les había contado, podían llegar a conseguir algún levante, me pidieron para que vayamos todos juntos a ver el encuentro. Yo no estaba muy convencido, por los riesgos, pero fuimos. Pero no los llevé al sector donde se ubicaba la hinchada organizada, la barra brava. Nos ubicamos en el sector de plateas, que es más tranquilo.

Las locas se habían ido con binoculares y en vez de seguir el juego, se la pasaban mirando las piernas de los jugadores, en especial de Zetti, nuestro arquero. Eran tan poco disimuladas que cuando el Palmeiras atacaba, en lugar de seguir la jugada en el arco contrario, miraban hacia el arco nuestro, para seguir calentándose con las piernas del arquero.

Uno de los tanos grandotes que iba siempre a los partidos y que estaba atrás nuestro se calentó y comenzó a gritarles a mis amigos que el juego era para el otro lado. Ahí se dieron cuenta que estaban llamando mucho la atención, y disimularon tratando de seguir el recorrido de la pelota.

En un momento del juego, uno del Palmeiras recibe una falta de uno de los contrarios y el mismo grandote que teníamos sentado atrás, sin previo aviso, le pega –con la palma de la mano abierta- un golpe en la espalda a uno nuestro grupo. Era un golpe dado como para manifestar su enojo, un golpe sueva como dado a un amigo. No era nada contra nosotros. Al mismo tiempo que gritaba todo enojado (contra el árbitro, no contra nosotros); ‘Fue falta, no viste que fue falta. Sos ciego, árbitro hijo de puta’.

La loca destinataria de la palmada, reaccionó como lo hacía siempre. La cuestión es que estábamos en el lugar equivocado para expresarse como ella lo hacía habitualmente. Se encogió como un caracol que está refugiándose en su caparazón, puso cara de dolorida, como haciendo puchero con la boca y cerrando los ojitos como para llorar soltó un débil gritito de: ‘Aiaaaa’.

Yo quería desaparecer, que me tragase la tierra. Por suerte, el juego llegó a su fin, casi sin más incidencias. Cuando nos estábamos por ir, el tipo grandote que teníamos atrás -y que yo pensaba que no se daba cuenta de nada-, le dice a otro de los panzones, uno que tenía a su lado: ‘qué divertidas que son las mariquitas mirando fútbol’.

(Continuará)

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