Era noche de cena en el club de Osos de Buenos Aires.
Llegué temprano porque hacía tiempo que no estaba por allá y quería aprovechar
para conversar un rato con los amigos que organizan ese buen momento entre
amigos. Faltaba bastante para que comenzaran a llegar los comensales cuando
suena el timbre y voy a ver quien llama. Era uno de esos hombres que uno
imagina (perfectos) en noches de insomnio: petiso, todo redondo, de barba y
cabellos grises.
Le expliqué que faltaba aún una hora para el comienzo de
la cena y me respondió que venía de lejos; preguntó si podía esperar allí. Le
dije que no había problema y -ustedes saben lo que me cuesta- me ofrecí a
hacerle compañía en la espera.
Preguntó por algunos socios que había conocido en su
anterior visita al club, hacía tres o cuatro años. A continuación y, sin que le
pregunte nada, comenzó a contar una historia que, si fuera ficción, parecería
poco creíble.
Inició el relato por el presente. Me dijo que es
argentino, que vive en Brasil, que está en pareja con un brasilero de San Pablo
mucho más joven que él y que estaba en Buenos Aires para resolver cuestiones de
herencia. Unos minutos después ya me contaba la historia desde el comienzo.
Mi “hombre soñado” me cuenta que en los años 60 era cura,
que ejercía su sacerdocio en una localidad del norte de la provincia de Buenos
Aires y que su opción pastoral, acorde a los tiempos que corrían, era por los
más pobres. En su tarea social, recorriendo las calles de los barrios más
necesitados, conoció a una chica de la que se enamoró. A fines de los años 60
dejó el sacerdocio y se casó con aquella muchacha.
Juntos siguieron militando y fueron llegando los hijos.
Entonces, la dictadura. En 1976, poco después del golpe, se exiliaron en
Brasil, puntualmente en San Pablo, donde el obispo del lugar, Don Paulo
Evaristo Arns, tenía una fuerte red solidaria para recibir personas en la
condición de ellos.
Pero los años pasaron y aquel hombre que llegaba a sus
cuarenta años se enamoró de un pibe brasilero de dieciocho. El ex cura comenzó
entonces una vida repartida entre su familia y su amante. Enviudó y ya no
volvió a frecuentar mujeres. A sus 60 años conoció al hombre de 20 del que se
enamoró y era con el que vive desde hacía diez años.
A pesar del exilio nunca perdió su contacto con la
Argentina y su realidad. En la actualidad, desde San Pablo, apoya el proyecto
Popular y Nacional del gobierno de Cristina. Y se define a sí mismo como un
bloguero K.
Su historia era apasionante. Pero (siempre hay un pero)
mi interés se había centrado más en sus redondeces físicas que en sus
peripecias vivenciales. Hacia el final de la cena, cuando imprevistamente
anunció que se retiraba, me tiré a la pileta sin conocer la profundidad. Y,
como era de esperar, choqué contra el fondo.
Agradeció mis elogios y me reiteró su afición por los
hombres muy (pero muy) jóvenes. El hombre, que ya recorre su séptima década de
vida, solo se sigue interesando por los hombres de 20; hasta 25 se estiraba. Yo
iba a comenzar, con mi matemática absurda, a tratar de convencerlo que al estar
conmigo y mis 51 años, era como estar con tres pibes de 17, pero intuí que esta
vez no tendría suerte.
Me volví solo aquella noche. Pensando que la realidad es
mucho más rica en argumentos que la ficción.
9 comentarios:
Putz, detesto ser rejeitado por homens dos meus sonhos! Mas fazer o quê? É a vida... :-)
Que bom seria que a vida fosse justa. rsrsrs
Abraço Edu!
Cosas que pasan...
Peto
Aunque siempre esperamos que no pasen...
Abrazo!
Es verdad pero si todos gustaramos de todos sería una gran orgía, lo cual pensandolo bien no estaría mal....
Peto
Bueno... aunque tendría sus riesgos...
Siempre estoy atento a tus historías,
gracias por los buenos momentos,
un abrazo
Sancho
Muchas gracias Sancho!
Un gran abrazo!
Disculpen los que habitualmente comentan por aquí.
Tengo que volver a moderar los comentarios, porque el enfermo que no deja de molestar desde hace tres años, ahora firma con los nombres de otros lectores.
Los comentarios que tengan que ver con el blog, serán publicados.
Gracias por entender, saludos.
Franco
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