Ahora estoy en Luján (donde viví por unos 15 años), con mis amigos.
Salimos del lugar en el que estamos, con el Checho, en el auto que tenía allá por el año 92 o 93, un Fiat 128, rojo. Vamos de camino, juntos, hasta la casa de Lili. Parece que llegamos y en realidad paramos en una plaza que queda cerca de la casa de Lili, pero no es el lugar al que nos dirigíamos.
Allí bajo del auto –Checho desaparece, el auto no- y entro en lo que resulta ser no una casa, sino una capilla.
Dentro de la capilla está mi madre que, con total naturalidad, me pregunta:
- ¿Cómo es ser gay, hijo?
(Nota del Autor: mi madre sabe de mi orientación sexual, pero jamás saldrá de su boca la palabra gay, ni preguntará de modo alguno por nada relacionado al término y todo lo que éste involucra.)
Yo quedo un poco perplejo ante la pregunta y me hermana mayor (gracias Susana), se apresura a decir:
- Dejame a mí. Yo se lo explico.
Allí, en el espacio que hay en las iglesias entre la primera fila de bancos y el altar, comienza una representación al más puro estilo diva de ópera. Y con una voz muy aguda, pero que no deja entender nada de lo que dice, le canta a mi madre – y a todos los presentes – lo que ella entiende por: “cómo es ser gay”.
Cuando termina todos aplaudimos y yo le digo:
- Gracias. Pero no se entendió nada. Tu voz está muy rara.
Entonces, muy sonriente, me responde:
- Debe ser por esto.
Y comienza a sacar de dentro de la garganta una plata entera de maíz, de unos dos metros más o menos de altura, con sus choclos listos para la cosecha.
Desperté.
Bueno basta.