Interior de vivienda. Un ambiente con una cama de dos plazas y un escritorio con una computadora. Un estante con libros, películas y música. Muchas plantas.
Él: ¿Qué hacés?
Yo: Escribo una obra de teatro.
Él: ¿De qué trata?
Yo: Sobre un tipo al que le piden que escriba un libro con sus anécdotas del tiempo en que estudió en un seminario y de su posterior vínculo con un club de Osos. El tipo escribe el libro, lo entrega y como el libro no se publica por la crisis económica mundial, se dedica a escribir, con forma de obra de teatro, su ansiedad.
Él: Estás contando otra vez lo que te pasa o te pasó, como en el libro.
Yo: Sí. Parece que no puedo hablar de otra cosa.
Él: No probaste con la ficción.
Yo: Probé, pero no me sale. Recuerdo un relato que tenía un título de lo más pretencioso “Trágico final para una historia apocalíptica”. Fue en la secundaria. El profesor me puso la nota por el título, me dijo, porque el relato era de lo más común. En realidad me había inspirado en un libro que había tenido que leer para inglés.
Él: ¿Y ahí desististe?
Yo: No. Escribí otros textos cortos, como cuentos. Pero nunca me convencían.
Él: Contame.
Yo: Uno era acerca de un hombre que camina por la calle y ve una pareja de ancianos. El protagonista, angustiado porque a sus cuarenta y tantos años no había logrado una relación estable, siente un poco de envidia de esa pareja que andan por los setenta y se los ve felices, caminando de la mano por la calle de un barrio de la ciudad. El protagonista imagina que se conocieron hace mucho, baraja varias hipótesis: que eran vecinos, de la casa contigua; o que hicieron juntos la escuela desde el jardín de infantes; o que se conocieron en un festejo del día de la primavera en el secundario; o que fueron compañeros de la universidad; hasta evaluó la posibilidad que hayan sido compañeros de militancia, en los años en que se militaba. El relato iba por ese lado. Y el protagonista, que va caminando unos pasos detrás de los ancianos, no resiste la tentación y les habla. Les cuenta de su admiración por verlos tan felices de la mano, y sin poder contenerse, les pregunta cuando se conocieron. El protagonista queda totalmente sorprendido. Ayer, en el club de jubilados, le responde el hombre, yo hacía más de diez años que me había divorciado de mi segunda esposa y ella, dolida por un engaño de juventud, nunca se casó. Hoy comenzamos nuestra luna de miel. Terminó el abuelo.
Él: Pesimista ¿no?
Yo: Creo que por eso no lo seguí. Y tengo otros.
Él: Está bien, mejor contame como se llama la obra: La ansiedad.
Yo: No, estaría bueno, pero ese nombre ya está usado. Todavía no tiene nombre.
Yo: No, estaría bueno, pero ese nombre ya está usado. Todavía no tiene nombre.
Él: ¿Muchos personajes?
Yo: No, solo dos. Vos y yo.
Él: ¿Estás seguro que no querés volver a probar con la ficción?
Yo: No seas jodido. A mí me entusiasma.
Él: Bueno, espero que al menos no metas el programa de radio en el medio.
Yo: No se me había ocurrido, pero ahora que lo mencionás.
Telón.
2 comentarios:
Quizas sea puro teatro, pero que parte de nuestras vidas no lo es en su complejidad. Esta es una buena forma de hacer catarsis intelectual. Escribe que algo queda decia un antiguo titulo en un periodico venezolano...
Me gusto lo que escribistes...
Gracias Javier, un abrazo.
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